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Más de 30 años detrás del Muro de Berlín

Dieter Wendland no es uno de esos hombres cuyo nombre produzca millones de búsquedas en google... pero es un hombre que vivió una época que le hace distinto... por lo menos, con una carga de experiencia que no tiene cualquiera. Y como él, hay muchos otros: alemanes que un día, al despertarse, quedaron encerrados por unas paredes -un inmenso muro- custodiadas por perros, soldados armados, alambrada... Era el Muro de Berlín y Wendland tenía entonces unos 12 años.

Hoy diseñador de prestigio y fotógrafo, el pasado mes de noviembre, contó su experiencia en la UIC. Estuvo más de una hora, con su mujer (que también vivió en Berlín del Este todos esos años), y no se hizo nada largo. Todo lo contrario... De hecho, después yo seguí hablando con él. De ahí surgió, esta entrevista. Por suerte, tenía al profesor Banús que me iba traduciendo perfectamente del alemán: ¡cuánto me gustaría poder entenderlo y hablarlo!

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“Imagina que, de repente –de la noche al día–, aparecen las Ramblas partidas en dos. De un lado, la gente mira sorprendida, pero hace vida normal; del otro, el mundo
está encerrado. Separados por un gran muro con alambres, perros de caza, hombres armados y… quien intente cruzarlo, es automáticamente fusilado”. Así describe Dieter Wendland lo que vivió la noche del 13 de agosto de 1961. Tendría entonces 12 ó 13 años y su familia quedaba dividida por una barrera infranqueable. Él, con sus padres y dos hermanos, en el este; y al otro lado, un hermano. Fueron casi 40 años vividos sin ningún tipo de libertad. Wendland estuvo en la UIC con su mujer en un acto conmemorativo de los 20 años de la caída del muro. Ahí contó su experiencia.


Vivir en Berlín Oriental era una situación asfixiante. Si no fuera por el apoyo de los amigos y familia, hubiera sido imposible aguantarlo. Mi hermano fue condenado a prisión dos años y medio por –según decían– “calumnias al estado”. Era un asunto completamente ficticio. Siempre nos quedábamos en casa porque sabías que fuera había enemigos; alguien que te espiaba. Incluso entre los más allegados podía haber gente que informara.

¿Qué tipo de información pasaban?

De todo. Desde conversaciones que teníamos por teléfono o por la calle, a cosas tan surrealistas como lo que leímos en los documentos que tenían los servicios secretos sobre mi mujer: “ha colgado ropa a secar en el balcón”. ¡Absurdo!…; pero era así.

¿Eran plenamente conscientes de esta situación?

Sabíamos que nos espiaban, pero no teníamos ni idea de las dimensiones a las que llegaba ese espionaje. Cuando lo supimos, nos asustamos mucho y, en parte, nos entristeció. En mi documentación, en lo que existe de mí, se ve que había diecisiete personas informando sobre mi vida. Y mientras yo lo leía, a mi lado había una persona leyendo su información y llorando. En los textos se proponían medidas que había que tomar contra las personas. Cosas como “entrar en la vida íntima de las personas y disolverlas”. ¡Qué significaba eso de “disolver”? Incluso el lenguaje que se utilizaba nos asustó mucho.

No es para menos…

Entre los años 53 y 61 hubo tres millones de personas que consiguieron pasar de la parte oriental de Berlín a la occidental para, luego, huir o emigrar –como se lo quiera llamar– a la RFA. Muchos más lo intentaron sin éxito: en coche, con escaleras, vehículos voladores de todo tipo… Unos, fusilados; a otros se les implantaba unos castigos draconianos; “violadores de las fronteras”, se les llamaba. La pésima situación económica llevó a las negociaciones con la Alemania Occidental: petróleo, carbón… Además, desde esa Alemania se intentaba sacar a los encarcelados injustamente, pagando por ellos entre 20 y 120 mil marcos alemanes [un marco alemán de entonces costaba unas 80 pesetas]. Ni siquiera el gran crédito de mil millones, otorgado por occidente en 1981, sirvió para recuperar la situación económica.

¿Y por qué no hacían nada?

Piensa que eso no era como Barcelona, donde puedes levantarte cada mañana e ir a tomar un café con tus amigos y pasear por donde quieras… Viviendas vacías, faltaban médicos: la vida social se iba deteriorando poco a poco. No se podía organizar nada con sentido y los que realmente eran capaces de asumir riesgos, intentaban irse o tenían dinero para pagar la salida al gobierno…

La situación era cada vez más insostenible, ¿no?

A finales de los 70, principios de los 80 muchos buscaron espacios de diálogo dentro de comunidades protestantes, en las iglesias. Se animaban y buscábamos motivos por los que luchar y vivir.

¿Qué hacía el gobierno?

Honecker, el jefe de estado de la RDA, estaba convencidísimo de que íbamos por el buen camino hacia el socialismo y que, por lo tanto, todo pasaba por ahí. Pero, el país estaba cada vez peor y el pueblo quería vivir en paz. Todos los años, el 8 de enero había manifestaciones oficiales en recuerdo de Rosa Luxemburg. En 1988, aparecieron unos manifestantes que, al margen de la oficialidad, llevaban una pancarta citando a Luxemburg: "la libertad solo existe si realmente es libertad para el que piensa de otra manera".

¿Eso fue la gota que colmó el vaso?

Sí. Ese año fue la revuelta de Tiananmen, y aquí el gobierno hablaba de la “solución china” como lo correcto. Teníamos mucho miedo. Después Hungría abría las puertas hacia Austria, con lo que un éxodo de alemanes salía hacia la RFA por ahí. Cuando Honecker cerró las fronteras, cerca de cinco mil personas se refugiaron en la embajada de la Alemania Occidental, en Praga. Por si fuera poco, en esos momentos se celebraban los 40 años de la constitución del país y todo el mundo retransmitía en directo lo que pasaba: miles de personas comenzaron a manifestarse en torno al lugar donde se estaba conmemorando el aniversario. Hubo más de mil detenciones, muchas de ellas, personas que no tenían nada que ver, pero que estaban ahí. Fueron maltratadas: se vio cómo pegaban –con toda la intención–, al estómago de una mujer embarazada; trataron a las personas como animales…

Y entonces…

Entonces sucede lo que todo el mundo conoce del 9 de noviembre de 1989. Por un malentendido sobre quién era el responsable de autorizar que alguien viajara, en un momento determinado, a occidente, se comenzó a reunir mucha gente frente a los pasos fronterizos. Miles de personas que exigían pasar porque –decían– “el gobierno de este país ha declarado que podemos viajar donde queramos”.

¿Así? ¿Sin más?

Hay que imaginarse la situación: puestos fronterizos cerrados; el muro; el alambre de espino; la vigilancia… Y varios centenares de personas que se acercan. Los guardias no sabían nada de lo que les decían, y al teléfono, nadie respondía. Ningún responsable. Miles de personas: cada vez más. ¿Qué hacer? O disparar y provocar una sangría, o abrir.

No hubo sangría

Cruzamos la frontera, en medio de una masa de gente absolutamente eufórica que veía que nadie impedía la salida. Una auténtica locura. La única pregunta que nos hacíamos era: “¿por qué ha durado 40 años? ¿Por qué no habíamos venido antes a decir que nos dejaran pasar?”.

Entrevista a Dieter Wendland


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  1. gravatar

    # by Jorge Ramiro - 4 de diciembre de 2013, 21:42

    Trato de saber mucho sobre historia y por eso quiero averiguar acerca de diferentes hechos del pasado. Me gustaría ir alguna vez a Alemania para saber mas sobre el muro de berlin historia