Related Posts with Thumbnails

Sagrada Familia: un año de la visita del Papa (y 1)


Hoy hace exactamente un año de la increíble ceremonia de consagración de la entonces iglesia de la Sagrada Familia, en Barcelona. Un año de la visita de Benedicto XVI, que fue como una preparación de la Jornada Mundial de la Juventud que hubo después, en agosto, en Madrid. De ese momento, escribí una crónica para la revista Mundo Cristiano, e hice, como fotógrafo -y desde un lugar privilegiado- una gran número de fotografías que también añado en esta entrada. Una entrada, de un recuerdo imborrable. Es verdad que hubo voces agoreras, a las que no gustaba esta visita; pero, al final, lo que quedaba, era la felicidad que dibujó Barcelona de color de sonrisa, como en Madrid en agosto pasado... ¿O no?

Seguir Leyendo...
Tomando posiciones
No es fácil resumir una visita tan intensa como la que vivimos los días 6 y 7 de noviembre en Barcelona. Si tuviera que hacerlo en una palabra, me vería incapaz; pero si a la palabra le uno un gesto, una voz y un contexto, ésta sería la que salió de la boca de un niño con síndrome de Down, al salir de la obra benéfico-social Nen Déu. Con esa voz tan característica y con esa mirada distraída, pero a la vez profunda, cuando le preguntaron qué le había parecido la visita del Papa, respondió con fuerza: “¡Bien!”. Era la voz de un niño que se había sentido muy querido por alguien al que todos le vimos más padre que nunca.

Ha sido un viaje muy breve, pero de los que no dejan indiferente. Para bien, o para mal. Desde los tiempos del Papa Wojtyła, lo que haga el Santo Padre es cada vez más y más seguido. Para la visita a Barcelona, han sido más de 2.300, los periodistas acreditados –de unos 300 medios distintos– y unas 150 millones de personas de todo el mundo siguieron la ceremonia del domingo, en directo, y otras 300 mil se trasladaron hasta la capital catalana para, por lo menos, ver pasar a Benedicto XVI. ¿Quién dice que no interesa lo espiritual? Los números son los que hablan…

Hacía exactamente 28 años de la visita de Juan Pablo II a Barcelona: era el primer Papa que se paseaba por la Ciudad Condal y esta vez, su sucesor, aceptando la invitación del cardenal Martínez Sistach, venía como peregrino a la capital de Cataluña para dedicar uno de los templos más emblemáticos y el único actualmente en construcción: la ya basílica de la Sagrada Familia, ideada por  el genial arquitecto Antoni Gaudí i Cornet.

Aunque propiamente todo comenzaba el 6 por la noche, ante el arzobispado, donde se iba a alojar el Papa, Barcelona ya llevaba semanas preparándose para este gran evento. Facebook, blogs, twitter…: como una auténtica organización desorganizada, voces muy variopintas, hablaban de esta gran ocasión. Se convocaron dos grandes eventos que tuvieron un claro éxito de convocatoria: un flashmob, en la céntrica plaza de Cataluña y un recibimiento por todo lo alto, en la plaza de la catedral, bajo el lema: “ven con tu vela a recibir el Papa”. ¿Resultado? Centenares, o miles de jóvenes (y no tan jóvenes, aunque sí de espíritu), y un vídeo que en los tres primeros días llevaba una media de 140 visualizaciones por hora. El Papa, fuera de programa, salió por el balcón desde donde impartió la bendición a todos los que estábamos ahí.

Esa noche fue larga, para muchos; pero no aburrida. Como en el caso de la pasada en la parroquia de Santa Teresita del Niño Jesús: “hacíamos turnos –contaba Alberto, estudiante de bachillerato– y mientras unos teníamos ratos de oración o animábamos con cánticos, otros intentaban echar una cabezadita, o charlaban, o hinchaban unos globos que al día siguiente íbamos a soltar al paso del papamóvil”… Unos mil globos blancos y amarillos que el Santo Padre vio elevarse hacia el cielo, cuando faltaban pocos metros para que entrara en la Sagrada Familia. “Fue muy emocionante –sigue Alberto–; en la parroquia acogimos a unos 200 jóvenes que venían de Madrid y, entre todos, hinchamos los globos, preparamos carteles de bienvenida en varios idiomas, hicimos banderas vaticanas…”. Otro grupo consiguió colgar unas cuantas pancartas a lo largo del trayecto que iba a hacer Benedicto XVI desde el aeropuerto hasta el arzobispado. Los colores vaticanos llenaron balcones y calles; blanco y amarillo que también tiñeron los tres kilómetros y medio de recorrido del papamóvil hasta la Sagrada Familia, el domingo por la mañana.

Cuando el arte lleva a Dios

Dedicación del Templo de la Sagrada Familia “Sublime” podría ser la palabra que a uno le pasara por la cabeza al entrar por primera vez en la Sagrada Familia y “sublime” podría ser lo que pensara el Papa, de este magnífico templo. Quizá fuera, este, uno de los motivos por los cuales le dijera al Cardenal Sistach, durante el almuerzo de después: “Ha sido una celebración que nunca olvidaré”. Benedicto XVI venía a Barcelona “para –como decía a su llegada en tierras españolas– alentar la fe de sus gentes acogedoras y dinámicas” y dedicar a Dios un templo “en el que se refleja toda la grandeza del espíritu humano que se abre” al Altísimo.


La belleza –decía en su homilía– es la gran necesidad del hombre; es la raíz de la que brota el tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza”. 
Y era esta belleza la que el Santo Padre veía en la nueva basílica menor y venía a mostrar:

Gaudí, con su obra, nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre”.
A eso de las 10 de la mañana –después de un breve encuentro con los reyes de España–, Benedicto XVI empujaba por primera vez las puertas de entrada al templo. Era el comienzo de una solemne ceremonia en la que el pueblo no pudo contener su emoción, y el canto del Tu es Petrus se confundía con un aplauso atronador. El Santo Padre no podía –y no querría– esconder su alegría y al paso de la peregrinación, fue acercándose a los niños que estaban junto al pasillo central: para bendecirles y mostrar su cariño.
La ceremonia de dedicación de una iglesia es uno de los ritos más solemnes. Además, el lugar, por ser el único templo de estas características en todo el mundo –como si de las antiguas catedrales se tratara, es levantado con el paso de los siglos y del esfuerzo personal de muchas personas–, lo hacía todo más magnánimo, si cabe.

Entre ese inmenso bosque de columnas –así definía Gaudí la Sagrada Familia–, el Papa procedía a la unción del altar –símbolo de Cristo, el “Ungido”–; la incensación, significando el Sacrificio de Cristo que ahí se va a perpetuar; el revestimiento de la mesa del Señor; y la iluminación, como símbolo de la luz que es Cristo. Es, recordaba el Santo Padre, “un signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz y de Aquel que es la Luz, la Altura y la Belleza misma”.

Santuarios de Dios

Dedicación del Templo de la Sagrada Familia - incensación Benedicto XVI, como vicario de Cristo en la tierra, venía a España a confirmar a sus ovejas. Por eso, en el marco incomparable del templo de Gaudí, habló de belleza como conducto hacia Dios, y de sacralidad de la vida y la importancia de la familia. En referencia al signo que es, un templo, del verdadero santuario de Dios, el Papa se refirió, en su visita a la obra benéfico-social Nen Déu, al santuario de Dios que es todo hombre y “que ha de ser tratado con sumo respeto y cariño, sobre todo cuando se encuentra en necesidad”. Ahí, estas palabras tomaban especial fuerza ya que esa obra, dedicada a la educación y tratamientos médicos de niños y adultos con disminuciones físicas, psíquicas y ancianos en soledad, cada vez tiene menos niños con síndrome de Down, pero no porque haya menos, sino por la lacra del aborto.

En Nen Déu, el Papa fue más padre que nunca. Ahí llegó a primera hora de la tarde y ya muchos fieles le estaban esperando para poderle saludar. El Santo Padre quiso saltarse el protocolo y, antes de entrar, fue a saludar a los jóvenes de las primeras filas. Estuvo un rato con ellos y después hizo lo mismo al entrar. Fue saludando, bendiciendo y acariciando a todos los enfermos, mientras éstos le correspondían.

Santo Padre –le pedía Antonio, uno de los enfermos que le dirigió unas palabras–, llevadnos siempre en vuestro corazón de padre”. 
Y María del Mar le contaba que,

aunque somos diferentes, nuestro corazón ama como el de todos y queremos ser amados. También queremos dar las gracias a nuestros padres que nos han dado el don de la vida y a los que nos cuidan cada día”. 
Benedicto XVI les correspondía felicísimo:

me despido de vosotros, dándoos gracias por vuestras vidas (…); ocupáis un lugar muy importante en el corazón del Papa. Rezo por vosotros todos los días, y os pido que me ayudéis con vuestra oración a cumplir con verdad la misión que Cristo me ha encomendado”.

En nuestra casa


“Gracias”. Es lo que parecía desprenderse de las bocas de los más de mil jóvenes que fuimos a despedirle en el aeropuerto. En nuestras mentes resonaban aquellas palabras de María del Mar, la niña que le dirigió unas palabras en la obra Nen Déu: “gracias, Santo Padre, por venir a nuestra casa”. Benedicto XVI, despedido por los reyes, se fue conmovido y pidiendo a Dios que “se multipliquen y consoliden nuevos testimonios de santidad”.

Aunque nos recordó que espera volver en agosto, para la Jornada Mundial de la Juventud, su camino hacia el avión fue acompañado por los cantos de los jóvenes: “no te vayas, todavía, no te vayas, por favor, que hasta la guitarra mía llora al decirte adiós”.

*****

El trabajo de los voluntarios

"Com un gran bosc" (Gaudí)

En jornadas como la del 7 de noviembre, nunca falta el empuje y la vitalidad de los voluntarios. Desde primerísima hora de la mañana, ataviados de color azul y con una sonrisa en los labios, los más de dos mil jóvenes querían acompañar y servir a las cerca de 300 mil personas que se acercaron para estar cerca del Papa. Algunos tuvieron la dicha de estar dentro del templo, pero otros –la mayoría– en las distintas zonas habilitadas acomodaban a los fieles y procuraban prestar toda la ayuda que estuviera a su alcance: indicar puestos de ayuda, repartir los misales hechos para la ocasión…

Especialmente encomiable fue el servicio que hicieron al facilitar la labor de los sacerdotes. Eran muchos los fieles que se acercaban a confesar –el sacerdote, en medio de la calle, sentado en una silla, y el penitente al lado–, avisados por los voluntarios. Ricardo, por ejemplo, recuerda: “en mi zona pasaron a confesar medio centenar de personas; y sé que en otros muchos puntos había sacerdotes que no pararon de oír confesiones”.

Barcelona se convirtió como un ensayo de lo que esperan poder ofrecer en agosto, en Madrid.


Share/Save/Bookmark