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Bon Nadal! ¡Feliz Navidad! Merry Christmas! Joyeux Noël! Buon Natale! :)


[en castellano]

Em diuen "bones festes". Així, sens més: "festes". Com si no hi hagués cap motiu per celebrar de veritat... Sincerament, em treu una mica de polleguera rebre felicitacions de Nadal –allò que ara en diuen 'christmes', potser perquè és més cool– amb llumetes i boles formant un conjut "hortera" que no volen dir res més que això.

És Nadal. I Nadal ve del llatí "natalis", relatiu al naixement... El del Nen (així, en majúscules), fa dos mil anys. I per això dic "Bon Nadal". Alt i català –o castellà: que Déu ha volgut que aquesta terra m'hagi fet bilingüe. I am orgull.

Però no he vingut a queixar-me sinó, simplement, amic lector –esporàdic o fidel–, a desitjar-te que tinguis un molt bon Nadal i un felicíssim any nou 2013. Ep! Fent festa, això sí! ;)

Amb aquests desitjos, he escrit un conte que potser et pot agradar... Sé que no és res de l'altre món, però m'ho he passat molt bé escrivint-lo.

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L’Eudald: un conte de Nadal


No sé quantes hores porto dormint. Mai ho sé. El que sí sé és que, una vegada més, em desperta l’Eudald. Ell mai falla. M’abraça, em fa un petó al front –d’aquells que et babegen tota la cara– i em diu “bon dia!” -així, cridant- perquè ja és hora d’aixecar-se. I a mi no m’importa, que em babegi la cara: sé que m’estima i que, després, m’eixuga la cara amb la seva màniga que també tantes vegades ha anat a la boca. I somriu. El seu somriure guanya la simpatia de qualsevol que se’l miri. Normalment, ho fan amb compassió; i ell no la vol, la compassió. Vol que l’estimin, com és. I jo l’estimo, ell ho sap. Per això, somriu. I somriu als que el miren així, per a què l’estimin. Aquells ulls burletes i petits i rodons que sembla que se surtin d’òrbita, la pell blanca i el nas petit i una mica aixafat. Ara! També s’enfada, l’Eudald; i no t’hi volguessis mai creuar pel seu camí, si n’està, d’enfadat. Una vegada, en Xènius, el seu germà gran, el va fer enrabiar molt –de fet, l’Eudald és més gran, però no ho sembla: ell, com que no creix... I aleshores va cridar. I a mi, em va espantar. Es va girar, i del cop a l’aire que va donar, em va empènyer i una mica més que em va fer caure per la finestra. Però sí que vaig caure a terra, i ell em va aixecar i em va fer un petó babejant al front, dient-me “perdó”, i que no ho tornaria a fer. I jo sé que és veritat.

Quan em desperta, sé que l’Eudald m’agafa i em porta al lloc de sempre. Al millor: en un racó, des d’on pugui mirar-lo i veure com, amb aquells ulls burletes i petits i rodons li diu al Nen que vol ser seu. I jo també li vull dir aquestes coses: no sóc més que un pobre petit pastor, de plàstic despintat. I sé que, quan arribi febrer em ficarà de nou a dormir. A esperar que em torni a despertar i em faci un petó al front -d’aquells que et babegen tota la cara- i em digui “bon dia!” -així, cridant- perquè ja és hora d’aixecar-se...

Nadal 2012 

Versión en castellano

Me dicen: "felices fiestas". Así, sin más: "fiestas". Como si no hubiera ningún motivo que celebrar de verdad... Sinceramente, me saca un poco de quicio recibir felicitaciones de Navidad –eso que ahora llaman 'christmas', quizá porque es más cool– con lucecitas y bolas formando un conjunto hortera que no significa nada más que esto.

Es Navidad. Y Navidad viene del latín "nativitas", nacimiento... El del Niño (así, en mayúsculas), hace dos mil años. Y por eso digo "feliz Navidad". Alto y claro; en castellano –o en catalán: que Dios ha querido que esta tierra me permita ser bilingüe. Y con orgullo.

Pero no he venido a quejarme sino, simplemente, amigo lector –esporádico o fiel–, a desearte que tengas una muy feliz Navidad y un felicísimo año nuevo 2013. ¡Eh! Celebrándolo con fiesta, ¡por supesto! ;)

Con estos deseos, he escrito un cuento que quizá te pueda gustar... No es nada del otro mundo, pero me lo he pasado muy bien escribiéndolo.

Eudald: un cuento de Navidad.


No sé cuántas horas llevo durmiendo. Nunca lo sé. Lo que sí sé es que, una vez más, Eudald es quien me despierta. Él nunca falla. Me abraza, me besa en la frente –con aquellos besos que te babean toda la cara– y me dice "¡buenos días!" –Así, gritando porque ya es hora de levantarse. Y a mí no me importa, que me babee la cara: sé que me quiere y que, después, me seca la cara con su manga que también tantas veces ha ido a su boca. Y sonríe. Su sonrisa gana la simpatía de cualquiera que se lo mire. Normalmente, lo hacen con compasión; y él no la quiere, la compasión. Quiere que lo amen, tal como es. Y yo lo amo, él lo sabe. Por eso, sonríe. Y sonríe a los que lo miran así, para que lo quieran. Ojos burlones y pequeños y redondos que parece que se salgan de órbita, piel blanca y nariz pequeña y un poco chata. Y también se enfada, Eudald: no quisieras nunca cruzarte por su camino, si está en esa situación. Una vez, Xènius, su hermano mayor, lo hizo rabiar mucho –de hecho, Eudald es mayor, pero no lo parece: él, como que no crece... Y entonces le gritó. Y a mí, me asustó. Se giró, y dio tal golpe al aire, que su fuerza hizo que yo perdiera el equilibrio y que, por poco, cayera por la ventana. Pero sí caí en suelo, y él me levantó y me dio un beso babeado en la frente, diciéndome "perdón", y que no lo volvería a hacer. Y yo sé que es verdad.

Cuando me despierta, sé que Eudald me coge y me lleva al lugar de siempre. Al mejor: en un rincón, desde donde pueda mirarle y ver cómo, con esos ojos burlones y pequeños y redondos le dice al Niño que quiere ser suyo. Y yo también le quiero decir estas cosas: no soy más que un pobre pequeño pastor; de plástico despintado. Y sé que, cuando llegue febrero me meterá de nuevo a dormir. A esperar a que me venga a despertar de nuevo y me bese en la frente –aquellos besos que te babean toda la cara– y me diga "¡buenos días!" –Así, gritando porque ya es hora de levantarse....

Navidad 2012


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Los «humos» de Montserrat Caballé


Cuando uno va a entrevistar a una persona conocida -muy conocida, en este caso-, tiene que ir preparado. Yo, lo iba. De hecho -ya lo cuento en la entrevista-, llevaba muchos meses esperándolo: me habían hablado mucho de Montserrat Caballé y tenía ganas de conocerla. Sinceramente: no me ha defraudado. Sencilla y discreta. Así es, y creo que se desprende de la entrevista: es lo que he intentado, porque es lo que me ha parecido. De profesión -todo el mundo lo sabe- cantante. Pero yo descubrí también su faceta de "escuchadora": no sólo oye lo que dices. Te escucha. Y, a su lado, te sientes alguien. A veces, cuando hablas con quien se mueve por altas esferas, como periodista te sientes eso: un "periodistillo". Y ya está. Con Caballé, no tuve esa sensación.

Os dejo el resultado, un poco distinto a como fue publicado en Mundo Cristiano: vosotros juzgaréis.

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Cuando Juan Pablo II viajó a Cuba, alguien comparó la personalidad de Wojtyła con la de Fidel Castro. Decía que el Papa era un hombre capaz de reírse de sí mismo, y no así el entonces presidente habanero. También Montserrat Caballé i Folch (Barcelona, 1933) es una mujer con humor exquisito y –por paradójico que pueda parecer–, con un corazón que no le cabe dentro. Grande por fuera, y más grande aún, por dentro. “Soy gorda –confiesa–, siempre lo he sido: ¡qué le vamos a hacer! Lo mismo mi madre, e igualmente muchos cantantes; pero no por eso dejaremos de cantar, ¿no? Cuando comencé –allá por los años 50–, se iba a los teatros a escuchar ópera, no a ver figuras. La belleza es la que se ve sin abrir los ojos… y la que sale con el sonido, a veces”.

Casada –su marido, aragonés, también canta–, y con dos hijos: “hubiera querido tener más, pero no pudo ser”. La pequeña, Montse –Montsita, como se le conoce–, igualmente se dedica al canto y “está llegando muy alto; ella dice que porque es ‘hija de…’, pero ha triunfado en la Scala, en Nova York… Sigue su vida, y lo hace muy bien”. Palabras de una madre buena, mujer de familia a quien sus correteos por el mundo –sola, desde que su marido no podía acompañarla por un amago de infarto– no le impedían que se dejara ver por la Ciudad Condal: “ellos querían tener una esposa y una madre, no una cantante”, y volvía siempre que podía, aunque fuera tan solo por unos días.


Con ese corazón grande nos recibió en su casa de Barcelona. –¿Sabe que llevo más de dos años detrás de esta entrevista?–, empecé… –¡No me diga! ¡Cuánto lo siento! Es todo un poco alocado: los viajes, los trayectos… De verdad, discúlpeme –No, no se preocupe. Lo entiendo perfectamente…

Dicen que es la mejor soprano del mundo
¡No diga tonterías! Eso son los que no entienden demasiado de estas cosas… ¿Sabe que ocurre? El hecho de haber nacido con voz y que te sacrifiques y dediques todos tus esfuerzos a algo, porque te gusta, y provengas de una familia humilde –como es mi caso–…; y si, además, con el pasar de los años, esta música te permite ayudar a tu familia, y no sólo a ella, sino a mucha gente como, gracias a Dios, he podido hacer: parece como que ya eres algo extraordinario, único. Nada más lejos de la realidad.

¿No le gusta que le llamen diva? Hace poco, cuando cantó en el templo de Gaudí, alguien la describió como “la sacerdotisa de la Sagrada Familia”
 ¡No, no! ¡Fuera! Son cosas que están completamente fuera de lugar. Epitafios que pone la gente y que son absurdos. Eres lo que eres, no lo que quieren que seas.

No obstante, es una persona que ha llegado hasta las altas esferas de la música
Sí, he llegado ahí, pero nunca me he movido en ellas. Me han venido a buscar, los he aceptado, me han querido, me han premiado… y estas cosas; pero mire, todo esto, al final se queda ahí, en la estantería o encima del piano. Cuando de verdad te sientes útil es cuando puedes hacer algo en nombre de Dios y para alguien que lo necesita, para quien no tiene agua o comida. Lo he podido hacer siendo embajadora de las Naciones Unidas por muchos países, o en conciertos para recoger fondos… Cuando de verdad tu trabajo es así y sirve a los demás, te das cuenta de que has venido al mundo para algo, que no estás sólo para entretener a la gente cantando. Es como tener un reflejo de luz que te hace caminar.

Perdone que insista, pero usted, al fin y al cabo, ha recibido muchos aplausos. Algunas veces durante más de media hora. Eso, a uno le hincha de gloria.
No, mire: los aplausos, son humo. Cuando interpretas, lo vives tanto que estás en una nube, como en otra dimensión, muy entregada en lo que haces. Un poco como cuando rezas. Si te aplauden, te despiertan, te vuelven a la realidad; y piensas: “¡Buf! Tendré que empezar de cero, otra vez”. Yo hago lo que puedo: es mi trabajo, lo que tengo que hacer. ¡Vaya broma si me quedara ahí, sentada, disfrutando de la medallita! El poder hacer lo que haces no es para vanagloriarse, sino para hacerlo bien… si puedes, que no siempre es posible, porque eres humano y te equivocas.

¿Qué es lo que le hace seguir siempre así, firme en sus creencias, en su trabajo… a pesar de los años?
Creo firmemente que la juventud no la da la edad, sino tu interior. Voy a cumplir 80 y mi cuerpo está cada vez peor, pero por los contratos que tengo ya firmados, me queda un tiempo. Por mi parte, sigo con muchas ganas de seguir cantando, para cumplir con la misión que una se ha propuesto: no soy más que una servidora que tiene que transmitir la inspiración que Dios ha dado a los compositores cuyas obras interpreto. En el fondo, es una fe que me transmitieron mis padres de muy pequeña, que está muy dentro de mí y siempre presente: la imagen de Dios; la imagen de Jesús, también, y la de la Virgen. Como un santuario del que dependes, pero una dependencia que te hace gozar de la vida. Dios es quien me da fuerzas y el ánimo para seguir adelante y hacer lo que hago.

Usted habla mucho de su fe y de Dios, esto no es habitual
¿Por qué no ha de serlo?

No lo sé, pero no es con lo que me encuentro normalmente, en las entrevistas que hago
Pues yo no me avergüenzo de lo que creo. Hay gente que sí lo hace pero yo no podría negar mi fe. Me gusta mucho la ciencia, pero nunca he pensado que pudiera suplir a Dios. Algunos científicos se creen sabios, y la diferencia es que Él es sabio. ¿Cómo es posible decir que la vida proviene de unas “explosiones”, sin más? ¡Esto sí me parece increíble! Yo puedo entender a quien piensa distinto a mí, a quien cree de distinta manera…; no es que los pueda entender, pero no los combato. No cojo el fusil, sino que hablamos.

¿Cuál es la respuesta que recibe?
Algunos me escuchan. Otros, no. Algunos me dice que soy una soñadora, que vivo en otro mundo. Y bien: si resulta que el mundo de la fe es otro mundo, pues sí: vivo en otro mundo. Pero no me aleja del resto. He tenido la inmensa suerte de viajar mucho y he visto ciertas cosas que me han hecho tener los pies muy en el suelo y, a la vez, que me han llevado a reflexionar en lo importante que es caminar con una verdad que es muy difícil de arrancar porque la llevas muy dentro. En el fondo, después de haber hablado con alguien, te acaban diciendo: “¿Sabes aquello que me comentaste…? Pues mira, creo que tienes algo de razón porque ciertas cosas…” Y piensas: “¡Oh, Dios mío! Aunque haya sido sólo por esto…” Te sientes más útil.

¿Es importante la fe, para interpretar?
Sí. Yo creo que la fe, cuando interpretas una composición –la que sea–, te eleva a otro nivel muy especial. Cuando voy a salir, siempre rezo para que no defraude, no para que me salga bien.

No obstante, los compositores, no siempre han sido personas de vida ejemplar…
Tiene toda la razón. La vida de cada uno pertenece a cada uno, y depende de su profesionalidad o de sus creencias que lo haga mejor o peor, de una manera u otra. De todos modos, considero que los compositores son seres verdaderamente inspirados en el momento de la escritura; porque si no, no se podría hacer lo que hacen.

¿Qué es la música, para usted?
Es la inspiración que crea una persona y que contamina al prójimo, haciendo que le guste. Es una inspiración que tiene que ver con la espiritualidad de cada uno, porque según el espíritu, la oyes o no. Por eso creo que la música es muy importante para la raza humana. No es que “amanse a las fieras”, como se dice, pero sí puede convertirlas. Es un lenguaje que une pueblos y mentes.

Y con esa mirada puesta en el mundo, ha viajado por él
Sí, y doy muchas gracias a Dios por todo lo que me ha dejado conocer y cuánto he podido ayudar en muchos países, a través de la fundaciones a las que pertenezco como Unicef, la Unesco… Me gustaría poder llevar a todos los refugiados, heridos de guerra a hospitales; llevar comida y medicamentos a Suráfrica, Asica, Oriente Medio. Cuando muera y vea al Señor cara a cara, le tendré que pedir perdón por todo lo que he hecho mal –a veces cosas de las que ni me habré dado cuenta–, por cuantas veces podría haber ayudado más. ¡Qué vida más vacía de sentido si no la vives para servir del algún modo a la obra de Dios, no le parece?

¿Cuáles son las personas que más le han impresionado, en esos viajes?
Me impresionó la mirada de Gandhi o la espiritualidad interior del Dalai Lama… Una vez estuve en la India, para recoger fondos, con las Naciones Unidas. Conocí a la Madre Teresa de Calcuta, poco antes de su muerte. Yo iba vestida normal, pero intentando no desentonar con la pobreza que hay ahí. Y me dijo, con total sencillez y con una sonrisa que me sobrecogió: “ya puede vestir bien, porque a nosotras también nos gusta”. Era así, una mujer muy agradable, muy buena que siempre hablaba con Dios. Siempre. Siempre.

También ha cantado ante Juan Pablo II y Benedicto XVI
Sí, sí. Cuando cantas para alguien tan especial –que digo yo–, que está tan tocado por la gracia de Dios, asombra ver cómo te miran y te escuchan. En realidad es igual hacerlo ante un Papa que ante mil personas, pero eres consciente de quién está ahí. En una de estas veces que canté en el Vaticano, Juan Pablo II nos recibió, a mi familia y a mí, y nos dijo que teníamos mucha suerte de estar tan juntos y tan unidos con nuestros hijos, y que nos daba la bendición para que fuera así hasta el día final.

¿Hay alguien para quien le gustaría cantar y aún no lo ha hecho?
Sí. Me gustaría mucho cantar a la Virgen de Montserrat. Le he cantado el Rosa d’Abril, en el Vaticano, pero me gustaría cantárselo en su Santuario. No sé: quizá aún no ha habido la oportunidad.

¿Qué le llevó dedicarse al bel canto?
Hay algo que creo fue lo que me convenció del todo. Un día, mi padre me dijo: “mira, si Dios te ha dado esta voz, no es para que cantes en casa, fregando platos, sino para que la uses; si tu estudias, podrás usarla y, con ello, tendrás un beneficio, no sólo para ti, sino también para los demás”. Y mi padre tenía razón. Siempre tuvo razón. Éramos muy pobres –tuvimos que dormir en la calle alguna vez–, pero nos ayudaron y pude estudiar y sostener, así, a mi familia.

¿Se ha quedado, alguna vez, sin voz?
Alguna vez; y, cuando me pasa, no canto. Nunca en medio de una representación. Lo que sí me ocurrió, en Viena, es que me dio una especie de lipotimia y me desmayé. Me tuvieron que sustituir. Fue un buen susto, para el público y, sobre todo, para mi marido. Me llevaron al hotel, después de que el doctor me hubiera visto, y no pasó de ahí.

Otro susto mayor, le llevó a estar sin cantar un tiempo, ¿no?
Sí, a mediados de los años 80, en Nueva York, me diagnosticaron un tumor cerebral. Era un viernes, cuando me lo dijeron, y me ingresaron al día siguiente. Querían operarme inmediatamente, pero mi marido y yo decidimos llamar a nuestro médico de Barcelona, y nos dijo que volviéramos. El domingo aterrizamos en el aeropuerto, y de ahí, me llevaron directamente al Clínic. Me hicieron infinidad de pruebas que confirmaron los nódulos que decían en Estados Unidos, y también eran partidarios de operar. Pero un cirujano muy bueno que me vio no pensaba que tuviera que ser tan inmediato y me mandó a hacer una analítica muy especial y unas pruebas con láser, en Zurich. Finalmente, ahí vieron que no urgía la operación, y estuve durante un año y medio con esas pruebas. Así, y unos medicamentos que me iban dando, pudimos reducir el volumen del tumor y, de repente, los tres nódulos que se veían, quedaron como una membrana enganchada en el cráneo, sin que fuera a la “zona gris”. Las pruebas se redujeron de cada tres meses a cada siete, y hoy me las hago cada año. Y de momento, ahí se ha quedado, sin molestar.

Es decir, que está estable…
Sí, es un amigo. Dicen que sí es un tumor, pero es un tumor bueno… Dios me lo ha hecho bueno.

¿No se asustó, cuando se lo diagnosticaron?
Sí, un poco. Pero tengo un marido muy sabio que me dijo: “mira, éstos nos dan dos años de vida; vámonos a casa, a ver si te dan dos más”. Intenté calmarme y no estar tan asustada. Escuchaba lo que me decían los médicos, y mi marido y yo rezábamos el rosario todas las noches, para que no fuera malo; o al menos, para que no empeorara. Y mire cómo son las cosas: de esos cuatro años, ya han pasado casi veinte… Siempre he dado muchas gracias porque, para mí, es un milagro.

¿Cómo se define Montserrat Caballé?
Como una mujer que ha nacido con un sonido que ha trabajado; como una mujer que se ha enamorado; que ha querido ser madre y ha podido tener dos hijos –no pude tener más–; y como una mujer a quien le gusta ser útil a los demás. Y, sobre todo, también, que le gusta mucho cantar.


*****

"... con vocación de enfermera"

Cuando muera, Montserrat Caballé quiere pasar desapercibida. Que no se note. “No quiero un funeral: en el tanatorio, y al cajón. Y ya está”. Ni un canto, dice; pero le insisto. “Si tienen que cantar algo, que sea ‘L’Emigrant’. Porque he estado tanto tiempo fuera de mi país, ¡tantos años!”. “¡Oh! –reza el poema de Verdaguer– ¡Si en el foso donde descansa mi dulce madre tuviera yo mi lecho! ¡Oh, marineros, el viento que me obliga a este destierro que me hace sufrir! Estoy enfermo, pero ¡ay! ¡Devolvedme a tierra, donde quiero morir!”. “Hermoso valle, cuna de mi niñez, blanco Pirineo, márgenes y ríos…”.

Así es su corazón. Grande. Grande y universal. Que ama a los suyos. Entregada a su público desde hace ya más de 50 años, a los 79, sigue poniéndose nerviosa cuando sube al escenario. Y se emociona, cuando ve que él –el público– se levanta y le aplaude durante más de media hora. No los quiere, los aplausos: le hacen tocar de pies al suelo y salir de esa ensoñación en la que ha entrado mientras interpreta alguna composición. No los entiende: “Yo sólo canto, y cumplo con mi misión de servir al compositor inspirado por Dios”. Humilde y sencilla. Si me oyera hablar así de ella, se enfadaría. No quiere protagonismo. La gran voz de María Callas la designó como su sucesora, “porque era muy buena y generosa”, dice Caballé. Y ella habla de Ainhoa Arteta, que “tiene una voz maravillosa, una musicalidad y una inspiración hacia la música magistrales”. Habla suavemente. Como con un hilillo: no usa más voz de la necesaria. Pero habla, y cuenta las cosas con alegría. Habla de aquellos con los que ha salido al escenario “y te sientes acompañada: ya no estás sola en ese hemisferio”. Y no sólo ópera. Como esa vez que cantó a los Juegos Olímpicos, con Freddy Mercury: “tocaba muy bien el piano y tenía una gran inspiración musical. Era bueno”. Versátil y generosa. Con vocación de enfermera: “lo estudié porque te obligaban a hacer el servicio militar”. A ello habría dedicado su vida si no fuera por el canto. He aquí la razón de ese querer ayudar cada vez más a los demás. Empezó con su familia. Siguió con el mundo. Al terminar la entrevista, José –quien me acompañaba para las fotos– y yo, cogimos los cascos: habíamos venido en moto. Ella se da cuenta: “—Id con cuidado, que circular en moto puede ser peligroso. —Lo tendremos”. Así es Montserrat Caballé.





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Historia del hombre que sabía escuchar


No conocía a Miguel Aranguren. Había oído hablar de él. Tampoco había leído nada suyo; pero sí conocía unos cuantos libros escritos por él. Y se lo dije claramente, cuando le entrevisté. Digamos que le hice una entrevista queriendo saber si sería capaz de convencerme para que me "metiera" en alguna de sus novelas: eso no se lo dije, y creo que lo consiguió: alguna de sus obras ya me están esperando en pole position de libros que tendré que leer en cuanto tenga un poco de tiempo. Entre otras cosas, me convenció lo bien que me recibió. Sobre todo después: cuando descubrí que el algo más de una hora de grabación era tan solo un completo silencio ensordecedor. ¡Ay, la tecnología sumada al despiste! No supe si reír o llorar. Pero Aranguren me comprendió: él sí se rió -por lo que entendí que yo también tenía que hacerlo; se rió, y me atendió una, dos... hasta tres veces. Y pienso que si lo volviera a "molestar", estaría otra vez al otro lado de la línea.

Bueno: pues de lo que recordé en esa conversación, y de las otras "lineales", salió esta entrevista, publicada en el último número de Newsuic.

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Miguel Aranguren (42) –escritor– es un hombre de habla pausada. Como si de cada palabra dependiera mucho. Quizá consciente de que ésas son las letras que después darán forma a su imaginación, creadora de sus personajes, aventuras e historias. Con él, no hay prisa: y no importa, tampoco. Me lo imagino en su estudio, inventando mundos que le dan el “privilegio de colarse en vidas ajenas y susurrarles” esos relatos de espías rusos, adolescentes, científicos, animales parlantes, exploradores… Cuentos y novelas. Y también esculturas, dibujos, ensayos… y algo de periodista. Un hombre polifacético que se define como un romántico que no dudó en vivir unos días en el zoo para preparar su última novela, El arca de la isla.

Soy un romántico al que le gusta ponerse retos día a día. No quiero encasillarme, ni ser un escritor de género; sino lanzarme hacia nuevas metas que, a su vez, sorprendan y me den el regalo de nuevos lectores. Porque, para mí, es un privilegio colarme en vidas ajenas y susurrarles mis historias: con el tiempo te das cuenta del efecto multiplicador que tiene la letra impresa y de cómo lo que habías escrito en la soledad de un estudio, de pronto cobra vida en cada lector. Es apasionante.

¿Qué es lo que más te gusta plasmar en palabras?
No creo que tenga preferencias. En ocasiones es más complejo trazar un paisaje midiendo los recursos estilísticos y en otras parece casi imposible resolver la conversación entre dos personajes. Sea como sea, me gusta escribir historias humanas: dejarme sorprender por la creación e intentar que el lector se identifique con lo que escribo y que sea él quien construya su escenario y sus personajes; a su modo: es la maravillosa libertad creativa del lector.

Se identifique y huya un poco…
Sí, pero que con esta “huida” –si quieres llamarla así– que se atreva, sobretodo, a aprender; de las historias que se cuentan. Experimentamos otras vidas, nos hacemos el personaje: sufrimos y amamos con él. Hay gente que no lee ni los periódicos, cuando es muy importante hacerlo; leer, escuchar, es fundamental para aprender de la experiencia de los demás: no podemos empezar de cero cada vez que queremos hacer algo. No hay otro modo de crecer todos los días un poco.

Y con tus libros, ¿la gente, crece?
No lo sé. Es lo que intento… Una vez, andando por la calle, se me acercó una señora y me preguntó si era el escritor de tal libro. “Sí, señora”, le dije. “Pues quiero agradecérselo mucho porque me ayudó a cambiar”. Entonces, yo me derrito… Intentas separarte de todo esto, para no dormirte en los laureles, pero eso te empuja a seguir haciendo lo que haces. A mí me gustaría recuperar a ese artista que a pesar de sus personales miserias lograba que el público mirara hacia arriba y se extasiara ante un equilibrio con el que podía vivir mejor; no a ese otro que se autodenomina “artista” y cree que puede sacarse toneladas de arte de la manga que, en realidad, casi nadie entiende y deja una dosis de malestar.

¿Es el malestar que puedes dejar cuando hablas de la muerte, en tu novela Desde un tren africano? No es un tema fácil…
¿Por qué no hablar de ella? De alguna manera, unos y otros nos tenemos que enseñar a vivir y a morir. La muerte es como el otro lado del espejo de la vida. Es verdad que en el caso de esa mi primera novela, la muerte se encuentra desde la primera a la última página, y pienso que sea esa, precisamente, la razón de que se siga leyendo –y vendiendo– después de veinte años. ¿Nos interesa? La miramos como algo ajeno a nosotros, y esta postura anuncia que llevamos dentro una semilla de inmortalidad; pero eso no implica que no tengamos que enfrentarnos a ella antes o después.

De El arca de la isla se desprende que también te interesan los animales y las plantas
Es el hombre, lo que me interesa siempre: si la vida es el regalo más importante que cada uno de nosotros hemos recibido, ¿qué no decir de la naturaleza en la que nos desenvolvemos? El hombre está en la cúspide de las cosas creadas, de tal forma que existe una ligazón de dependencia respecto al paisaje y sus habitantes: plantas y animales. La naturaleza, vista de este modo, se convierte en el mejor de los escenarios en los que desarrollar una novela.

Hablas de la vida y, a veces, contrapuesta a la ciencia… ¿dónde están los límites?
Son límites delgadísimos: es lo que ocurre con todo lo que es importante. Por ello, se necesita cierto cúmulo de virtudes para entender que toda vida –y, por supuesto, la vida más débil– es digna en sí misma y tiene derecho a la mayor protección. Así es como lo veo y es lo que quiero reflejar en mi novela y en lo que escribo. Por eso me apasiona tanto la vida humana.

¿Qué es lo que hace que la vida sea merecedora de vivirla?
El día de hoy, al que a lo mejor me he asomado con poco ánimo. Y el día de mañana, que no sabemos cómo será. Ser dueños de nosotros mismos, actuar, transformar las realidades en el trabajo, forjar lazos de amor a través de la familia..., son cosas demasiado apetecibles como para no querer vivirlas.

¿No has pensado, nunca, perder algo de tu libertad creadora, para venderte al mejor postor?
Siempre es tentador…; pero al final llega la frustración de haber regalado tu voz a quien no la merece. Yo soy libre cuando escribo porque no me tengo que disfrazar de nada. Quien me lee me conoce. Quien me lee mucho, me conoce muy bien. Y no lo cambio por nada.

Pero alguna vez te has dejado llevar por el “oportunismo”, con La sangre del pelícano, que venía a rebufo de El código da Vinci ¿no?
Ojo, el oportunismo yo no lo acepto. ¿Quién puede realmente confeccionar una novela de misterio espiritual?... Yo lo tengo claro: aquel escritor que, además de conocer lo externo de ese mundo espiritual, respete esa dimensión en el hombre e, incluso, la viva. Hemos dejado pasar muchos títulos sin sentido en el que autores completamente analfabetos de la Historia de la Salvación, se lanzan a darnos lecciones sobre la Iglesia, el Papa y hasta el mismísimo Jesucristo. Y, al final, quien tiene más autoridad, es quien está más cerca de Cristo: el prohombre.

¿Pero, podemos contar algo que no esté ya contado?
Está todo contado desde hace siglos. Pero desde distintos puntos de vista. Este es, para mí, el oficio más bonito del mundo. Si hay rectitud en tus intenciones, el escritor logra prestar un gran servicio a los demás. Y esto, a lo largo de los siglos. Por eso me gusta.



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Sergio Ramos, el balón y el cambio de ciclo... galáctico


Sólo una vez he hablado de fútbol en este foro (no soy un gran aficionado). Pero es que la ocasión lo merecía. Ahora, aún sigo riéndome. No de Sergio Ramos -no está bien reírse de los demás...-, si no de las reacciones de los internautas twitteros sobre el penalti que tiró el jugador del Madrid. Ha sido muy divertido ver la "marabunta" de comentarios jocosos en torno al hecho. Sin más, me parece que es un buen lugar, este blog, para compartir alguno de estos twitts. Ahí van:

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Los "astronáuticos":








Los "deportivos":

Los "coperos":
Los "costumbristas":
El "sanitario":
Los "angribirdeanos":
El "político":
El "cinéfilo":
El "solidario":
El "DEFINITIVO":
A todo esto: ¿será un cambio de ciclo? Puede ser... Por de pronto, sólo parece un "cambio de ciclo" galáctico, con el "nuevo planeta Ramositlón"... El fútbol es así :)

Última hora: se confirma que, definitivamente, el balón ha llegado a la luna. Es que... "a Sergio Ramos le dijeron que los goles fuera valían el doble" y... se lo tomó muy en serio :)


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La factoria d'emprenedors


Dije que hablaría de las bombillas: ya aquí estoy, otra vez. La bombillas nos dan ideas, nos ayudan a ser creadores... además de, lógicamente, darnos luz. No obstante, a menudo no sabemos encender nuestra bombilla o, como diría Küppers, la bombilla que somos nosotros mismos, ¿no?

Con el nuevo número de Newsuic, en la puesta en común de temas -lo que llamamos brainstorming, para ser más cool-, salió la emprenduría. Últimamente es trending topic -perdonad: yo también caigo en las garras de los americanismos...-; y no nos sobran motivos. La crítica situación de hoy nos lleva a ello: a impulsar a aquellos que quieren ser emprendedores; para que lo sean de verdad. Pero con optimismo, ¡por favor! El optimismo nos lleva de la mano. El pesimismo, nos hunde en la miseria.

Todo esto es lo que intentamos reflejar dos Jaume's en este artículo sobre emprendedores. Aquí os lo dejo en el idioma publicado y en castellano.

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Versión en castellano


Davant la crisi podem reaccionar de dues maneres diferents. Alguns –diuen– ho veuen tot amb ulls realistes: tot és negre i tot es veu negre, per tant, no es pot fer res més que esperar. D’altres –els optimistes–, saben veure en la situació actual –com en qualsevol crisi– oportunitats. Oportunitats de renovar-se i de canviar; oportunitats d’emprendre. Ara bé, és possible emprendre, avui, en el crític món empresarial on estem immersos? I, si ens centrem en allò que ens pertoca, quin és –o hauria de ser– el paper de la universitat en tot això?

Sovint se’ns parla de la necessitat d’un esperit emprenedor per tirar endavant un país situat a la cua econòmica dels països de la UE. L’emprenedor és una persona amb vocació, capaç d’impulsar projectes nous; algú que, amb afany, motivació i perseverança, es veu amb forces per portar a bon port una idea que generi llocs de treball i, per tant, solucions reals per a la situació d’avui dia.

Ara bé, no sembla una tasca fàcil. Actualment, a Espanya, es necessiten més de quaranta dies per fer-se autònom i muntar una empresa pròpia, quan els veïns francesos, per exemple, en tenen prou amb dos o tres. És veritat, doncs, que cal un canvi des de dalt; però és veritat, també, que els que hem de començar som nosaltres. Ens cal un canvi de mentalitat que, possiblement, comença en el món educatiu: “l’educació –diu Claudio Boada, president del Círculo de Empresarios–, per la seva raó de ser, aspira a fomentar qualitats i valors personals com la creativitat, la iniciativa, la responsabilitat o l’autonomia, que són precisament els valors que són al cor de l’esperit emprenedor”.

Corren temps en què es fa palès un debat interessant sobre la missió de la universitat en aquest camp i sobre quin ha de ser el seu paper en la crisi, que, realment, és un canvi de paradigma. Precisament, per la vocació de difusió del coneixement, ha de ser clau veure què hi pot fer per ajudar a recuperar tota la societat. Sembla obvi que per despertar emprenedors –aquells que neden bé en la crisi– fa falta una estimulació precoç a l’acadèmia. “L’objectiu d’una bona universitat –afirma Pedro Nueno, professor de l’IESE i creador d’un fons de capital risc per a emprenedors– és fer bons professionals; formar molt bé en aquells aspectes que pertoquin a cada facultat”. Ara bé: estem a punt, a les universitats, per preparar el nostre alumnat en aquest sentit?

Universitat - empresa

Cal canviar la universitat i fer sorgir aires nous a la comunitat universitària. Hem de transformar-la en una comunitat real d’investigadors perquè es creï un lligam fort entre estudiants i professors d’una banda, i les empreses, de l’altra; tant del sector públic com privat. És alarmant l’escassa relació universitat-empresa actual que destaca, per exemple, el Círculo de Empresarios. Això pot ser –entre d’altres motius– perquè sovint en la formació universitària se segueix posant un fort èmfasi en l’adquisició de coneixements, mentre que es deixa una mica de banda l’adquisició de capacitats i habilitats personals, elements bàsics per al desenvolupament de l’esperit emprenedor i innovador dels estudiants.

Ens trobem, per tant, davant d’una formació allunyada d’aquella que demanen la societat i el mercat laboral, quan l’educació en el foment de l’esperit emprenedor –tant necessari per aquests canvis d’aires– hauria d’estendre’s també a professorat i investigadors. Espanya és lluny de ser un dels països pioners en emprenedoria: “cal fomentar l’esperit emprenedor des del col·legi –diu Pablo Olóndriz (ADE’12), amb gran mentalitat d’emprenedor–, de manera que quan s’arriba a la universitat l’alumne tingui clar si vol o no ser un emprenedor”.

Existeix, però, una mena de desinterès general per començar nous projectes. A més, hi ha un aspecte més cultural d’aversió al risc: la manca d’ambició i de passió pels reptes, la manca de compromís i de tolerància al fracàs, la poca capacitat de lideratge... Una aversió que sol ser, també, cap a l’empresari, a causa d’una visió molt estesa –i cada vegada més antiquada– de competitivitat, on hi ha uns guanyadors i uns perdedors; uns que triomfen i uns altres que s’enfonsen en la misèria: “és un canvi de mentalitat necessari; cal deixar la visió sindicalista i passar a una estratègia win-win, on tothom guanya”, segueix Olóndriz. La qüestió és ben senzilla: si aconseguim més emprenedors, tindrem més empreses; si tenim més empreses, hi haurà més llocs de treball i, per tant, menys atur i –on volem arribar– més guanyadors.

Alguns, però, temen aquesta mescla universitat-empresa, com una amenaça contra de la llibertat intel·lectual. “N’hi ha que pensen que la universitat ha de preservar la condició d’observador objectiu –passiu, caldria dir– de la realitat que l’envolta per poder analitzar-la, jutjar-la i criticar-la amb llibertat total” (Amalio A. Rey). En canvi, quan la universitat s’impliqui de veritat en aquests termes i ajudi l’alumnat, el graduat sortirà al mercat després d’haver fet la seva primera feina a l’hivernacle, on el fracàs no fa mal. En el fons, parlem d’una factoria d’emprenedors, com a motor bàsic per sortir de la situació econòmica en què ens trobem.

El que demana el mercat

Però no n’hi ha prou de ser ambiciós. En un moment en què s’ha vist que la causa principal de la crisi actual és la manca d’ètica professional, i s’ha pogut comprovar com moltes de les coses que teníem com a necessàries no n’eren, l’emprenedor –i qualsevol empresari– ha de ser un home de valors. Estem parlant de l’afany de superació i de servei, de la capacitat d’assumir riscos, de la creativitat i la independència, de la capacitat de diàleg i de treballar en equip, de la cerca de la veritat, d’autoaprenentatge permanent... En el fons, es tracta de fugir d’una mentalitat funcionarial, que no vol implicar-se en res que li pugui complicar la vida.

Són valors que caldria trobar, en primer lloc, entre el professorat. L’emprenedoria es transmet per osmosi! Evidentment no tots els professos seran emprenedors; n’hi hauria d’haver prou amb una part, en la qual els alumnes trobessin models per emular.

Sigui com sigui, han de ser persones amb vocació de servir la societat. És aquest sentit el que explicava, per exemple, Gerard Fluxà (ADE’12), participant de l’Sturt Up Programme 2011-2012: “Vaig pel carrer i em plantejo: ‘què faltaria aquí que jo pogués donar?’. Intento mirar-m’ho des de molts punts de vista diferents i busco respostes i intento aplicar-les”. Amb imaginació i inventiva: veure què demana el mercat. “Emprendre –deia en un altre moment l’estudiant Olóndriz– és una manera de viure; són uns ideals, que, per suposat, moltes vegades es tradueixen en la creació d’empreses, encara que no sempre: és molt més”. És una manera de pensar que et fa buscar sempre com millorar l’entorn.

Tornar als arrels

Al cap i a la fi, l’emprenedor real és una persona optimista i amb ganes de transformar el món. No un il·lús sinó algú amb ganes de fer un món millor. En tots els sentits. Per això és tant important tornar als valors bàsics, com reflexionava Evaristo Aguado, coach i director de Formació, Assessorament i Coaching de la UIC, en una conferència en l’acte d’obertura del curs universitari d’enguany. “Us proposo aprofitar la crisi econòmica com una oportunitat de regeneració, partint del que considero fonamental: la persona, la veritat, el compromís social i l’excel·lència”.

Cal considerar la centralitat de l’home amb l’objectiu d’oferir una visió completa de la persona; una visió que busca tant la seva dimensió individual i social com la transcendent, tornant a les arrels d’Europa “que uneixen la Filosofia grega amb el Dret Romà i l’ètica judeocristiana” i aporten una concepció rica de l’ésser humà i una visió realment humanitzadora de la societat.

Atrevir-se a buscar la veritat, segons allò que escriu Benet XVI a la Caritas in veritate: “un home bo sense veritat es pot confondre fàcilment amb una reserva, un cúmul de bons sentiments, profitosos per a la convivència social, però, en el fons, marginals”. “És un valor –segueix Aguado– que comporta ser obert i saber adequar-se i conformar-se amb la realitat de les coses; respectant-la i mostrant-la amb amabilitat.”

I no serviria de res la cerca de la veritat si no estigués recolzada en una base forta de compromís social. És a dir, la necessitat que té l’emprenedor real de servir els que l’envolten, buscant l’estratègia win-win, on –com vèiem– ningú perd.

Aprenent a desaprendre

L’escriptor i sociòleg futurista Alvin Toffler deia: “els analfabets del segle XXI no seran els que no sàpiguen ni llegir ni escriure, sinó aquells que no sàpiguen aprendre, desaprendre i tornar a aprendre”. Potser és en aquest sentit que Evaristo Aguado parla d’un quart valor, que no per ser l’últim és menys important. L’excel·lència, que “ha de ser més que una aspiració: una realitat, un valor, un pilar essencial”. Hi ha excel·lència, quan hi ha feina ben feta. I una universitat serà excel·lent, quan intenti ensenyar aquesta feina ben feta. “La societat està cansada de mediocres; fins i tot de mediocres disfressats d’excel·lents gràcies a la tasca d’assessors d’imatge”.

L’emprenedor –el real, no el disfressat, tampoc– és el que vol ser realment excel·lent. És a dir, el que té horitzons amplis i una ambició professional noble. El que no es cansa d’aprendre i desaprendre cada vegada. Serà un repte –tant seu com de les universitats– fer possible tot això; procurant que els anys d’estudis no siguin anys –com deia el filòsof Alejandro Llano i seguia citant l'Evaristo Aguado– passats per un túnel obscur i buit “quan no es troben realitats autèntiques, ni ningú que hagi donat una paraula orientadora sobre el sentit de la vida” (Repensar la Universidad).

Versión en castellano

Ante la crisis podemos reaccionar de dos maneras diferentes. Unos –dicen– lo ven todo con ojos realistas: todo es negro y todo se ve negro, por tanto, no se puede hacer nada más que esperar. Otros –los optimistas–, saben ver en la situación actual –como en cualquier crisis– oportunidades. Oportunidades de renovarse y de cambiar; oportunidades de emprender. Ahora bien, ¿es posible emprender, hoy, en el crítico mundo empresarial donde estamos inmersos? Y, si nos centramos en lo que nos corresponde, ¿cuál es –o cuál debería ser– el papel de la universidad en todo esto?

A menudo se nos habla de la necesidad de un espíritu emprendedor para sacar adelante un país situado en la cola económica de los países de la UE. El emprendedor es una persona con vocación, capaz de impulsar proyectos nuevos; alguien que, con afán, motivación y perseverancia, se ve con fuerzas para llevar a buen puerto una idea que genere puestos de trabajo y, por tanto, soluciones reales para a la situación de hoy día.

Ahora bien, no parece una tarea fácil. Actualmente, en España, se necesitan más de cuarenta días para hacerse autónomo y montar una empresa propia, cuando a los vecinos franceses, por ejemplo, les basta con dos o tres. Es verdad, pues, que es necesario un cambio desde arriba, pero es verdad, también, que los que tenemos que empezar somos nosotros. Necesitamos un cambio de mentalidad que, posiblemente, empieza en el mundo educativo: “la educación –dice Claudio Boada, presidente del Círculo de Empresarios–, por su razón de ser, aspira a fomentar cualidades y valores personales como la creatividad, la iniciativa, la responsabilidad o la autonomía, que son precisamente los valores que están en el corazón del espíritu emprendedor”.

Corren tiempos en que se hace patente un debate interesante sobre la misión de la universidad en este campo y sobre cuál debe ser su papel en la crisis, que, realmente, es un cambio de paradigma. Precisamente, por la vocación de difusión del conocimiento, debe ser clave ver qué puede hacer para ayudar a recuperar toda la sociedad. Parece obvio que para despertar emprendedores –aquellos que nadan bien en la crisis– hace falta una estimulación precoz en la academia. “El objetivo de una buena universidad –afirma Pedro Nueno, profesor del IESE y creador de un fondo de capital riesgo para emprendedores– es hacer buenos profesionales; formar muy bien en aquellos aspectos que correspondan a cada facultad”. Ahora bien: ¿estamos a punto, en las universidades, para preparar a nuestro alumnado en este sentido?

Universidad - empresa

Hay que cambiar la universidad y hacer surgir nuevos aires en la comunidad universitaria. Tenemos que transformarla en una comunidad real de investigadores para que se cree un vínculo fuerte entre estudiantes y profesores por un lado, y las empresas, por otro, tanto del sector público como privado. Es alarmante la escasa relación universidad-empresa actual que destaca, por ejemplo, el Círculo de Empresarios. Esto puede ser –entre otros motivos– a que a menudo, en la formación universitaria se sigue poniendo un fuerte énfasis en la adquisición de conocimientos, mientras que se deja un poco de lado la adquisición de capacidades y habilidades personales, elementos básicos para el desarrollo del espíritu emprendedor e innovador de los estudiantes.

Nos encontramos, por tanto, ante una formación alejada de aquella que piden la sociedad y el mercado laboral, cuando la educación en el fomento del espíritu emprendedor –tan necesario para estos cambios de aires– debería extenderse también a profesorado e investigadores. España está lejos de ser uno de los países pioneros en emprendimiento: “hay que fomentar el espíritu emprendedor desde el colegio –dice Pablo Olóndriz (ADE'12), con gran mentalidad de emprendedor–, de modo que cuando se llega a la universidad el alumno tenga claro si quiere o no ser un emprendedor”.

Existe, sin embargo, una especie de desinterés general para empezar nuevos proyectos. Además, hay un aspecto más cultural de aversión al riesgo: la falta de ambición y de pasión por los retos, la falta de compromiso y de tolerancia al fracaso, la poca capacidad de liderazgo... Una aversión que suele ser, también, hacia el empresario, debido a una visión muy extendida –y cada vez más anticuada– de competitividad, donde hay unos ganadores y unos perdedores, unos que triunfan y otros que se hunden en la miseria: “es un cambio de mentalidad necesario, hay que dejar la visión sindicalista y pasar a una estrategia win-win, donde todos ganan”, sigue Olóndriz. La cuestión es bien sencilla: si conseguimos más emprendedores, tendremos más empresas, si tenemos más empresas, habrá más puestos de trabajo y, por tanto, menos paro y –donde queremos llegar– más ganadores.

Algunos, sin embargo, temen esta mezcla universidad-empresa, como una amenaza contra la libertad intelectual. “Hay quienes piensan que la universidad debe preservar la condición de observador objetivo –pasivo, habría que decir– de la realidad que le rodea para poder analizarla, juzgarla y criticarla con libertad total” (Amalio A. Rey). En cambio, cuando la universidad se implique de verdad en estos términos y ayude al alumnado, el graduado saldrá al mercado después de haber hecho su primer trabajo en el invernadero, donde el fracaso no duele. En el fondo, hablamos de una factoría de emprendedores, como motor básico para salir de la situación económica en que nos encontramos.

Lo que pide el mercado

Pero no basta con ser ambicioso. En un momento en que se ha visto que la causa principal de la crisis actual es la falta de ética profesional, y se ha podido comprobar cómo muchas de las cosas que teníamos como necesarias no lo eran, el emprendedor –y cualquier empresario– debe ser un hombre de valores. Estamos hablando del afán de superación y de servicio, de la capacidad de asumir riesgos, de la creatividad y la independencia, de la capacidad de diálogo y de trabajar en equipo, de la búsqueda de la verdad, de autoaprendizaje permanente... En el fondo, se trata de huir de una mentalidad funcionarial, que no quiere implicarse en nada que le pueda complicar la vida.

Son valores que habría que encontrar, en primer lugar, entre el profesorado. ¡El emprendimiento se transmite por ósmosis! Evidentemente no todos los profesos serán emprendedores; debería ser suficiente con una parte, en la que los alumnos encontraran modelos para emular.

Sea como sea, deben ser personas con vocación de servir a la sociedad. Es este sentido el que contaba, por ejemplo, Gerard Fluxà (ADE'12), participante del Sturt Up Programme 2011-2012: “Voy por la calle y me planteo: ‘¿qué faltaría aquí que yo pudiera dar?’. Intento mirarlo desde muchos puntos de vista diferentes y busco respuestas e intento aplicarlas”. Con imaginación e inventiva: ver qué demanda el mercado. “Emprender –decía en otro momento el estudiante Olóndriz– es una manera de vivir; son unos ideales, que, por supuesto, muchas veces se traducen en la creación de empresas, aunque no siempre: es mucho más”. Es una manera de pensar que te hace buscar siempre cómo mejorar el entorno.

Volver a las raíces

Al fin y al cabo, el emprendedor real es una persona optimista y con ganas de transformar el mundo. No un iluso sino alguien con ganas de hacer un mundo mejor. En todos los sentidos. Por eso es tan importante volver a los valores básicos, como reflexionaba Evaristo Aguado, coach y director de Formación, Asesoramiento y Coaching de la UIC, en una conferencia en el acto de apertura del curso universitario de este año. “Os propongo aprovechar la crisis económica como una oportunidad de regeneración, partiendo de lo que considero fundamental: la persona, la verdad, el compromiso social y la excelencia”.

Hay que considerar la centralidad del hombre con el objetivo de ofrecer una visión completa de la persona; una visión que busca tanto su dimensión individual y social como la trascendente, volviendo a las raíces de Europa “que unen la Filosofía griega con el Derecho Romano y la ética judeocristiana” y aportan una concepción rica del ser humano y una visión realmente humanizadora de la sociedad.

Atreverse a buscar la verdad, según lo que escribe Benedicto XVI en la Caritas in veritate: “un hombre bueno sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva, un cúmulo de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero, en el fondo, marginales”. “Es un valor –sigue Aguado– que conlleva ser abierto y saber adecuarse y conformarse con la realidad de las cosas; respetándola y mostrándola con amabilidad”.

Y no serviría de nada la búsqueda de la verdad si no estuviera apoyada en una base fuerte de compromiso social. Es decir, la necesidad que tiene el emprendedor real de servir a los que le rodean, buscando la estrategia win-win, donde –como veíamos–nadie pierde.

Aprendiendo a desaprender

El escritor y sociólogo futurista Alvin Toffler decía: “los analfabetos del siglo XXI no serán los que no sepan leer ni escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y volver a aprender”. Quizás es en este sentido que Evaristo Aguado habla de un cuarto valor, que no por ser el último es menos importante. La excelencia, que “debe ser más que una aspiración: una realidad, un valor, un pilar esencial”. Hay excelencia, cuando hay trabajo bien hecho. Y una universidad será excelente, cuando intente enseñar este trabajo bien hecho. “La sociedad está cansada de mediocres, incluso de mediocres disfrazados de excelentes, gracias a la labor de asesores de imagen”.

El emprendedor –el real, no el disfrazado, tampoco– es el que quiere ser realmente excelente. Es decir, el que tiene horizontes amplios y una ambición profesional noble. El que no se cansa de aprender y desaprender cada vez. Será un reto –tanto suyo como de las universidades– hacer posible todo esto; procurando que los años de estudios no sean años –como decía el filósofo Alejandro Llano  y seguía citando Evaristo Aguado– pasados por un túnel oscuro y vacío “cuando no se encuentran realidades auténticas, ni nadie que haya dado una palabra orientadora sobre el sentido de la vida” (Repensar la Universidad).




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Gonzalez Barros: emprender y la cuestión de las bombillas


Lo de las "bombillas" tiene su razón de ser... Una, porque me hizo gracia cómo Victor Küppers lo usa para explicar qué es lo que somos: bombillas con piernas que podemos dar luz -o no- según nuestra actitud. Lo escribió en un artículo publicado hace tiempo en Newsuic que algún día publicaré en este foro; y lo dice mucho en sus conferencias, para hablar de optimismo y del buen hacer que puede llegar a tener una bombilla encendida.

Pero también, lo de la "bombilla" viene porque el artículo que preparé con el profesor Armengou -ingeniero él-, para Newsuic, lo "decoramos" de bombillas para simbolizar las ideas que tienen tantos y les llevan a emprender nuevas empresas, nuevos proyectos... Seguramente será mi siguiente entrada. Por ahora, dejo para mi ocasionado lector esta entrevista que pude hacer a Antonio González Barros, conocido por muchos como el emprendedor español por excelencia.

Al final, la "bombilla" siempre es importante...

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¿Qué es ser emprendedor?
Es una manera de hacer crecer la economía y crear empleo. Se trata de la “destrucción creativa” de la que habló el economista austriaco Joseph Schumpeter, quien subrayó que las innovaciones de los emprendedores son la fuerza que hay detrás de un crecimiento sostenido de la economía a largo plazo.

¿Entonces, la emprenduría es la solución a la crisis?
Diría, a la gallega, que no emprender, no ayudaría a solucionar la crisis. La solución a la crisis está obviamente en las personas y para salir de la crisis o, al menos, para acortar el tiempo de salida, creo que es necesaria cuanta más gente mejor, con talento, pasión, sentido común, tenacidad, honestidad... empresas competitivas, innovación...

¿Qué implica? ¿Simplemente: “yo quiero montar mi empresa, y lo hago”?
Emprender significa riesgo. Emprender un proyecto suele ser una aventura, y muchas veces se fracasa. Pero hay que aprender de esos errores y fracasos, ya que ello nos acaba llevando al éxito. Hay emprendedores que creen que la idea es lo más importante, creo que es un error: lo importante es la ejecución de la idea.

Emprender pasa por identificar una oportunidad o necesidad; concebir un producto o servicio que cubra la necesidad; y, finalmente, idear un plan de acción y ponerlo en marcha.

En España, ¿hay pocas ganas de emprender? Los datos hablan de baja emprendeduría…
En los últimos años se está fomentando una mayor cultura emprendedora en nuestro país. Pero no será rápido ni fácil el cambio, existe una mayoritaria preferencia por trabajar para la administración pública o empresas consideradas “muy seguras”.

Dos motivos del bajo emprendimiento, específicos de España, son el miedo al fracaso y la aversión al riesgo. También es verdad que la sociedad no lo pone fácil. El fracaso está mal visto, y la gente que te quiere teme verte fracasar. A pesar de todo esto, siguen existiendo muchos emprendedores que intuyen que la recompensa es grande en caso de éxito, y que sienten que es su vocación, que serán más felices si se arriesgan.

¿Es posible, hoy, montar una empresa desde cero?
Sí, muchas empresas son creadas por personas con muy pocos recursos. Suelen estar ilusionados con su idea, creen firmemente en ella, y en un buen número de casos consiguen su propósito y tienen éxito. En el caso concreto de Internet y las aplicaciones móviles, el activo más importante que se necesita es el capital humano, y éste lo puede aportar un buen equipo fundador.

También es cierto que en nuestro país, la dificultad de crear una empresa desde cero no es poca. El proceso es lento puesto que tarda una media de 47 días (En EEUU o Italia solo es necesario esperar 6 días), es caro y algo traumático, ya que las administraciones no lo ponen fácil.

¿La solución, pasa por los jóvenes?
Pasa por cualquier persona con talento que tiene una idea y cree mucho en ella. Si bien es cierto que las personas jóvenes parecen tener más facilidad para imaginar y visualizar ideas innovadoras.

Además, en tiempos de crisis aparecen nuevas oportunidades, que son más fáciles de detectar cuando se tienen pocos paradigmas (ideas preconcebidas), cuando se es joven. Si bien es importante que en los equipos se cuente con personas con experiencia, que contrapesen y complementen.

Por ser el sector en el que me muevo, no puedo dejar de comentar que Internet y los smartphones están revolucionando la manera como nos comunicamos y vivimos. Y en esta revolución, los jóvenes, que han crecido con la omnipresencia de los dispositivos digitales, tienen mucho que decir en el proceso actual de innovación relacionado con las nuevas tecnologías, y las empresas actuales harán bien en contar con ellos.

La emprendeduría, ¿pasa sólo por Internet?
No, por supuesto. Existen infinidad de sectores donde queda mucho por innovar y hacer. Pero cuando buscamos nuevas oportunidades e ideas, es más fácil encontrarlas en un mercado en crecimiento y que se está reinventando cada día, como es Internet. Por ejemplo, en el mundo de la publicidad, si comparamos el gasto publicitario en el 2008 antes de la crisis con el gasto en el 2010, el único soporte con un aumento del gasto ha sido Internet. Además, Internet está reinventando la manera de hacer negocio en muchos sectores tradicionales, como por ejemplo la venta de ropa. Es un sector que ofrece más oportunidades a los nuevos emprendedores

Podríamos pensar que está todo inventado, en Internet. Lo cierto es que dentro de 10 años creo que existirán varios proyectos de gran envergadura, de los que a día de hoy no tenemos ni idea de ellos. Todavía nos queda demasiado por hacer y por ver. Las posibilidades cada vez más van en aumento y ello nos permite hacer cosas inimaginables hace años.

Los ejemplos que pone en su discurso: nacen en un momento en que también estaba naciendo Internet… Quizá, por tanto, no sea tan objetivo, el planteamiento de “lo seguro está en Internet; hay que ser emprendedor ahí”.
El sector de internet se ha profesionalizado mucho. Hace diez años un joven de 20, desde su casa podía programar una web y tener éxito. Ahora se necesita un buen equipo, con un buen programador, un buen experto en usabilidad, un buen comercial, y unos buenos contenidos. La competencia ha aumentado, pero todavía sigue siendo más fácil emprender en Internet que en sectores más maduros, donde normalmente hace falta más escala, más experiencia y más inversión.

Usted afirma, también, que para emprender hacer falta más antropología que tecnología… ¿por qué? ¿No es un poco exagerado?
Ambas son muy importantes en Internet. La tecnología es una herramienta, un instrumento, y por supuesto es muy útil. Pero no suele ser lo que verdaderamente marca la diferencia entre un buen proyecto y otro que no lo es tanto. Personalmente, creo que lo más importante es investigar y conocer el comportamiento, hábitos y necesidades de las personas. De esta manera podemos ofrecer los la información y los servicios o productos que cada uno está buscando en el momento preciso.

Un ejemplo es la publicidad. Cada vez es más inteligente. Que me aparezca un anuncio de hoteles en el pueblo donde suelo veranear no es ninguna casualidad, sino que el sistema sabe que estamos interesados o solemos viajar a ese pueblo gracias a las búsquedas o información que he consultado en días anteriores.

Es muy optimista, pero la realidad parece muy distinta, ¿no? Son pocos, los emprendedores y, los que lo son, son pocos los que consiguen tener éxito; ¿o no?
Obviamente si fuera tan fácil y sencillo todo el mundo emprendería. Lo que está demostrado es que la pasión, tenacidad y sentido común son claves para tener éxito.

Mucha gente fracasa durante el camino, pero gracias a ese fracaso consiguen éxitos posteriores. Si emprendes y te caes, no hay que preocuparse, es lo normal. Lo que distingue a un emprendedor con éxito del resto es que uno se levanta después del fracaso y los demás no lo intentan de nuevo.

Todo ello ayuda a forjar un buen emprendedor. Como dijo Thomas Edison, respondiendo a un periodista que le recordó que contaba con mil intentos fallidos antes de dar con el filamento de tungsteno: “No fracasé, descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla”.


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Un periodista con vocación de curioso... o al revés


Arturo San Agustín me dijo que un periodista es aquél que tiene hambre de saber: es un curioso que no se cansa de buscar la noticia para poder informar. Con la máxima objetividad de la que sea capaz. Él, me parece que cumple muy bien con su definición. Inquieto y trabajador. Le encanta "leer" la información que se desprende del día a día del ciudadano: en las ramblas, en avenidas y plazas, en una cafetería... De hecho, así estuvimos hablando, en una cafetería céntrica de Barcelona, con uno de los primeros fríos del invierno barcelonés. Hablamos del perro verde de su libro y de lo que encontró en el Madrid de las JMJ. Y mucho del Periodismo, y algo de la actualidad -de las intríngulis que él conoce bien.

Hablando del Papa -de este Papa Ratzinger-, me comentó que una de las cosas que más le impresionaban de él era cómo miraba a la su interlocutor. "Se nota -me decía- que es una persona que te escucha y está pendiente de ti en ese momento". Como si no hubiera nadie más. Quizá por eso este observador de miradas también sepa estar pendiente de su interlocutor: de agradable conversación; escuchador y atento. Estábamos él y yo... y el frío barcelonés. Y ya está... Bueno: y un simpático hombre que se prestó a hacernos algunas fotos...

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El perro verde del que habla en el título se refiere a sí mismo. Entre los jóvenes del Papa. Arturo San Agustín (1949) se autodefine como un “tío raro”. Y su editor, lo remarcó: “¡Es el libro que estaba esperando! –me dijo, reconoce el autor–. Tú, ¿crees en la Providencia…; pero ‘Providencia’, con la “p” mayúscula? –Sí. –Pues es lo que quería: que un tío raro como tú escribiera sobre la JMJ…”. Y es que San Agustín, no es precisamente un santo. “En el colegio me llamaban ‘Demonio Agustín’. Quizá por mi apellido, acabé por encontrarme con el de Hipona y me gustó. Y también quizá por ello, admiro a Benedicto XVI. Su discurso te hace más grande –magnánimo–, porque te eleva a lo divino. Es un intelectual y se nota. Posiblemente no comulgue con todo lo que diga, pero me gusta mucho”.

Columnista y diseñador, premiado varias veces por las innovadoras portadas de El Periódico de Catalunya, hoy, fundamentalmente se dedica a escribir libros. Libros crónica: el periodismo más auténtico; “mucho más apasionante que la novela”, dice. Por ello, alguno lo ha definido como el Gay Talese español; como el que –junto a Tom Wolfe– creara el llamado ‘nuevo periodismo’. Premiado, también, por sus entrevistas, una de ellas fue exclusiva mundial, a Federico Lombardi, portavoz del Papa. Hoy, el entrevistador entrevistado dice que le queda otro trabajo… o un sueño: “me encantaría entrevistar a Benedicto XVI. Intentaría que la gente lo conociera mejor. Es una persona que dice muchas cosas, incluso a los que creen que no creen, pero creen… ¡Eh! Aún pienso que acabaré consiguiéndola”.

Me reconforta leer al Papa Ratzinger y pienso que si la gente lo leyera más se acabarían muchos problemas. Dejaríamos de comprar libros de autoayuda o de falsa espiritualidad, que no sirven para nada. De los textos de Benedicto XVI uno sale reconfortado, con más esperanza porque es un hombre que tiene mucho que decir y lo sabe decir. No es verdad que para que sea muy elevado, un texto necesita ser complicado… Decían de Eugenio d’Ors que cuando dictaba sus textos, preguntaba: “¿Se entiende? –Sí, sí… –¡Pues oscurézcalo un poco!”

Por eso fue a escucharle en Madrid, por la JMJ
Por eso, pero sobretodo porque me revienta ver cómo en España todo el mundo se permite el lujo de dar palo a la Iglesia Católica porque sí. Aquí, a la mínima que haces algo que parece que estés a favor de la Iglesia, quedas etiquetado. Yo siempre he escrito lo que me ha dado la gana y nunca he tenido problemas; pero si hubiera entrevistado al Dalai Lama, en vez de al portavoz vaticano, las sonrisas “sottovoce” no existirían. ¿Por qué? Además, mi padre, que era anarquista, siempre me decía que, como periodista, tenía que denunciar lo que veía. “Estáte atento porque, en este país  –decía–, cuando hay problemas graves, aparecen los comecuras. Y viendo el ambiente que existía en las visitas del Papa actual, me dije que tenía que escribir una crónica periodística: hecha por un periodista que intenta ser objetivo y quiere explicar lo que ha visto. Y ya está.

Y, ¿qué vio?
Descubrí o corroboré algo que oí a menudo por parte de muchos de mis colegas u otras personas de mi entorno: que los jóvenes católicos son gente normal. “¡Claro que son normales! –Le dije a un anciano que se sorprendía, en Barcelona, de ver el espectáculo de peregrinos que fueron recibidos por Sistach y me decía lo mismo. –No tienen dos orejas, ni tres ojos… –¡No, no! Usted ya me entiende: son normales”. Ahí vimos a miles de jóvenes católicos desinhibidos, jóvenes que no daban miedo: alegres, optimistas. De alguna manera, creo que lo mejor que se puede decir de la JMJ es que vi futuro; un futuro optimista, no ingenuo. Es verdad que la cosa no está como para tirar cohetes, pero vi gente que cree en el futuro.

¿Por qué deberían dar miedo, los jóvenes?
No lo sé. Eso de que “son normales”, interiormente demuestra que tienes miedo a la juventud. Hace unos años, los únicos que no daban miedo eran los jóvenes: por su alegría, por su esperanza, por la humanidad que irradiaban… Hoy, cuando ves a un grupo de según qué jóvenes, te da miedo. En Madrid, no fue así: más de un millón que me hizo sentir más joven.

¿Volvió cambiado?
No es que volviera cambiado: sigo siendo el mismo de antes, pero habiendo constatado, también, que el futuro de la Iglesia es evidente que pasa por los laicos. El problema es que la jerarquía sigue sin saber comunicarse en determinados temas. En parte es culpa nuestra, de los periodistas, pero también suya; pienso que la Iglesia Católica tiene un papel muy importante en el mundo de hoy, mayor que el que la gente cree.

¿Le fue fácil publicar su libro?
¡Qué va! La gente me preguntaba si daba palos a la Iglesia –por lo que se ve, tengo fama de eso, cuando escribo– y, al saber de qué iba la cosa, me decían que de la Iglesia sólo se puede hablar para dar palos. “Pero, ¿no sois intelectuales? ¡Pregúntame si está bien escrito!” Nada. Este libro ha sido para mí un ejercicio de libertad personal. Y cuando ya estaba desesperado, un amigo mío encontró al editor que me dijo si creía en la Providencia, con la “p” mayúscula…

¿Hemos dejado de creer en nosotros mismos?
Indro Montanelli es un personaje que decía cosas con mucho sentido común. Una de ellas era aquello de que los italianos no saben que son católicos. Aquí nos pasa lo mismo: culturalmente somos católicos. No medio, sino del todo. Hay que aceptarlo para saber quién eres… También me gusta mucho lo que decía el entonces cardenal Ratzinger, en uno de sus libros entrevista: “Europa no se quiere”. Los europeos nos estamos suicidando culturalmente. No sé por qué tenemos este complejo de inferioridad. Es verdad que hemos hecho muchos disparates, pero también grandes cosas buenas. “Europa no se quiere”: una frase tan simple como esta me hizo pensar mucho…



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Entrevista a Núria de Gispert

Durante la entrevista en el despacho presidencial
Cuando entrevisté a Núria de Gispert, actual presidenta del Parlament de Catalunya, me dio la sensación de estar hablando con una persona dedicada a la política. Sí, ya sé que es política, pero lo digo en el sentido de vocacional. La política -lo que los clásicos han entendido como "política"- está para servir al pueblo (a aquel que teóricamente tiene el poder). Y, no sé por qué, me dio la sensación de que De Gispert así lo entendía y así lo vive. A veces parece que los políticos están en otro planeta. De ella, no me dio esta sensación. Es verdad: es política y seguro que se supo vender. Sí. Quizá me equivoque -el tiempo lo dirá-, pero esta fue mi impresión. Y salí contento del palacio parlamentario, la verdad.

Os dejo la entrevista original (por cuestión de espacio tuvo que ser recortada al publicarse en Mundo Cristiano), y una versión más breve, de Newsuic.

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Núria de Gispert (Barcelona, 1949) es mujer y es política. Pienso que vale la pena remarcar los dos puntos porque –me parece– son, para ella, como la explicación de toda su vida. Femenina –que no feminista– y defensora –¿o luchadora?– del papel de la mujer en la vida social: “de joven siempre protestaba y buscaba la igualdad entre sexos: yo quería estudiar una carrera universitaria, defender mis derechos… ¡en todos los ámbitos!”. Pero, quizá por una educación muy “a la antigua usanza”, le costó sudores. “Se trataba de otros momentos, otra época. Yo era la pequeña de nueve hermanos –cinco chicas y cuatro chicos–, y era lógico que mis padres lo vieran así; no lo critico y siempre lo he respetado”.

Casada y con cuatro hijos, finalmente estudió la carrera jurídica para dedicarse a lo que realmente era su “vocación”: trabajar en la administración pública. “Estuve un tiempo en la Diputación de Barcelona, hasta que el presidente de la Generalitat de entonces, Josep Tarradellas, pidió la colaboración de 300 funcionarios para crear la nueva administración del gobierno catalán. Me gustó mucho la idea ya que suponía todo un reto, para mí”.

Pasados seis años –cosas de la vida–, De Gispert acabó por afiliarse en Unió Democràtica de Catalunya: “nunca había pensado dedicarme a la política, pero me metí porque sentía como una obligación de devolver la confianza que se me había otorgado, y veía que lo podía hacer sirviendo desde el que había sido siempre mi ámbito, el del derecho”. Así, la vida le ha ido llevando por muchos caminos, hasta llegar, hoy, a ser la primera mujer en presidir el Parlament: “me emocioné, el día de mi investidura, porque veía alcanzada una meta –el de la mujer– que costó mucho tiempo y esfuerzo”. Pero la vida le ha llevado, también, por senderos muy duros, como una enfermedad de la que podría haber muerto…

Tenía, entonces 46 años. Fue un golpe muy fuerte: para mí y toda mi familia. Cuando te dicen que tienes un cáncer, en el fondo no te lo acabas de creer. Has ido conociendo a mucha gente que ha sufrido algún tipo de enfermedad así, pero lo ves como algo completamente ajeno a ti. En cambio, cuando te lo dicen… Se hace muy difícil, aún sabiendo que estaba en las manos de Dios, y de unos buenos médicos. Yo intentaba no pensar en ello y seguir haciendo lo de todos los días.

¿Siguió trabajando?
Recuerdo que a los quince días estaba de nuevo en la consejería, pero me cansaba mucho porque el tratamiento al que me sometían era muy duro. No podía realizar grandes esfuerzos: te encontrabas mal… Por eso, pedí que me lo hicieran los fines de semana y, de este modo, poder seguir con mi labor diaria durante el resto. No obstante, fueron meses difíciles.

¿Cómo lo vivió su familia?
Mi hijo más pequeño tenía entonces 16 años, y la mayor 22. Sabían qué estaba pasando, pero como veían que en pocos días estaba de nuevo haciendo vida más o menos normal, tenían un poco la sensación aquella de: “mamá lo superará, no hay problema…”. Pero los viernes por la tarde, cuando volvía del hospital, estaba muerta. Lo pasaba fatal y eso les debía de dejar tocados.

¿Temió, alguna vez, por su vida?
Quizá nunca llegué a pensar que…; la esperanza es algo que nunca pierdes, y lo ves en amigos que están en fases terminales y confían en vivir. A la distancia, hoy posiblemente lo entienda un poco más, pero en ese momento tenía la sensación de que no me podía pasar nada; “si luchas, lograrás salirte”, pensaba… Pero, fríamente me daba cuenta de que sí: como a aquél o aquél otro… ¿Por qué a él sí y a mí no? El caso es que ahora estoy aquí, y a veces digo que me siento más cansada, que me encuentro peor… y busco la excusa del cáncer. El médico me dice, medio en broma, medio en serio: “sí, mujer, un poco sí…; y la edad: ¡que veinte años también se notan!”.

Por lo que me cuenta, usted ha sido siempre una mujer muy trabajadora, ¿le ha sido fácil compatibilizarlo con la familia?
No, nada fácil; pero es que ni las jóvenes de hoy lo tienen fácil. También mal ayudadas por el contexto crítico en el que vivimos. Pero es que aquí, a pesar de tener un clima muy bueno, a veces seguimos trabajando a las ocho de la noche, y esto es incompatible con estar con la familia. Es verdad que en los últimos veinte años hemos mejorado mucho en la igualdad de sexos y, poco a poco, también los hombres son más conscientes de la responsabilidad que tienen para con su familia; pero me parece que sigue siendo más difícil para las mujeres que para los hombres.

Al final es una historia de dos…
Sí, claro. Este creo que es el gran problema: darse cuenta de que los dos tienen que ser capaces, quizá, de sacrificar algún momento de su vida para dedicarlo a los suyos. Conciliación es esto: una asignatura pendiente que no tiene que venir de fuera, sino desde dentro de la familia. En cuestiones legales de igualdad estamos al día; pero es lo que ya he dicho en otras ocasiones: el techo de cristal aún está por romperse.

¿Es cuestión de “paridad”?
No: la paridad es como una cierta imposición que, aunque ha tenido sus contrapartidas positivas –algunas mujeres muy competentes han logrado tener puestos de responsabilidad porque se han visto como “obligadas” a ello, y de otro modo no habrían alcanzado–, no me parece la solución. La mujer siempre se ha planteado si sería buena o no, si podría compatibilizar la vida laboral, política y familiar; y el hombre empieza a planteárselo: hace veinte años no pasaba. Esta mentalidad es la que hay que cambiar.

Todo esto es un discurso muy feminista; también el día de su investidura, dedicó gran parte de lo que dijo a la mujer. ¿Es, usted, feminista?
Desde que tengo uso de razón he sido una gran defensora de la igualdad. De pequeña viví mucho la diferencia entre chico y chica: en educación, en las obligaciones en casa… y siempre protestaba: quería defender mis derechos, en todos los ámbitos. Ahora bien: nunca me planteé ser de una organización feminista. Tuve posibilidades de entrar en alguna, pero me daba la impresión de que acotaba demasiado, que era un poco cerrado: ciertos planteamientos feministas no iban conmigo. Defiendo la igualdad, pero en el sentido de que los dos sexos suman, no son contradictorios. Somos diferentes, y la diferencia nos enriquece. Nos complementamos. Por eso quise dedicar una parte de mi discurso a las mujeres que habían luchado por nuestros derechos y habían conseguido lo que hoy tenemos, que es muy importante.

¿Se lo pensó mucho, al preparar su discurso?
Era la ocasión que tenía, aprovechando esa atalaya. Pedí consejo a mis colaboradores. “¿De qué querrías que se hablara al día siguiente?”, me dijo uno. “De que la nueva presidenta del Parlament ha defendido el derecho de las mujeres porque muchas lo están esperando”. Y así fue y creo que no me equivoqué. Dudé porque no quería que se me viera demasiado feminista o “de género”, porque no soy así; pero al final, lo hice. Sólo el año que no tengamos que celebrar el día de la mujer trabajadora habremos conseguido normalizar este aspecto. Hasta ese momento, está claro que tendré que participar en algún acto o escribir algún artículo sobre la mujer… pero siempre teniendo presente este aspecto.

En su discurso, hizo referencia a dos autores cristianos, Maritain y Cardó: no es normal, por los tiempos que corren: ¿hemos olvidado nuestras raíces?
Yo me crié en una familia cristiana: nunca me he escondido de serlo. Pero es que, además, Unió ha bebido mucho del pensamiento de estos dos autores. Sea como sea, ¿cómo es posible que se discuta si Europa tiene o no raíces cristianas? ¿Es que vamos a negar nuestra historia?

A veces parece que sea un tema tabú
Sí. Mira, en una misma legislatura sucedieron dos hechos muy significativos. Cuando murió Juan Pablo II, se pidió un minuto de silencio y en la junta de portavoces se dijo que sí. En el momento de hacerlo, ostensiblemente, un grupo y medio de la cámara se levantó y se fue. Pero, ¡hombre! Aunque sea en señal de respeto: ¡que representa millones de personas, muchas de las cuales te han votado! En cambio, cuando vino el Dalai Lama, todos se daban de bofetadas para saludarle… Esto no tiene ningún sentido.

¿Cuál cree que tiene que ser el papel de los cristianos en política?
De entrada, pienso que es muy importante separar claramente política e Iglesia. Esto no significa que tengas que sustraerte de todo aquello que es tuyo, lo que has vivido o lo que crees. Como presidenta de un parlamento, mi papel tiene que ser muy neutro –en el sentido positivo–, teniendo en cuenta que soy presidenta de todos y represento, por tanto, a 135 diputados. Ahora bien, mis discursos, la elección de dónde voy o dejo de ir, etc., está muy ligado a mi modo de ser y, como soy cristiana –hay muchos cristianos en política– siempre estará presente lo que pienso de la persona, de la comunidad… Es un poco la manera de defender lo que crees y lo que eres, ¿no?

Quizá sea la falta de coherencia de los políticos lo que haya llevado a unos altos niveles de desafección para con ellos, ¿no le parece?
Bueno…; por un lado, pienso que es lo que ocurre con todas las democracias: cuando se ve como algo natural, empieza el desinterés ciudadano. Recuerdo, en los años 70, viajar a Alemania y quedar como hipnotizada viendo los mítines que ahí se hacían, la publicidad… Era algo que estábamos esperando, pero nos sorprendía el alto abstencionismo que había. “Esto no nos pasará”, nos decíamos. “En cuanto tengamos la oportunidad, seguro que no seremos así”… Pero, ya ves: nos hemos acomodado.

¿Estamos ante una crisis de valores?
Yo creo que sí. Valores que siempre habíamos tenido como necesarios para nuestro desarrollo, sencillamente los eliminamos y, cuando uno se da cuenta, ya es tarde: ¿hay que llegar al final del túnel para ver que necesitamos la cultura del esfuerzo, el valor de la autoestima, el de la iniciativa, el compromiso personal y colectivo…? En todo esto, la familia –que durante muchos años ha quedado abandonada– tiene un papel absolutamente necesario. Es la principal educadora, sin formar compartimentos estancos con la escuela: no sólo en aspectos materiales, sino completamente, como personas; educación integral desde el humanismo, con la inspiración que se quiera, pero total. Entonces, cuando pasas cinco, ocho, diez años, obviando todo esto, pasa lo que está pasando con los informes Pisa o con los que quieras.

¿Cree que es una situación tan grave como se plantea?
Sí; y pienso que lo de los valores es la raíz de esta situación. Hemos vivido en un estado de bienestar más allá de nuestras posibilidades reales y, con el tiempo, ha hecho mella. El problema es que a veces da la sensación de que los que han estado más arriba, o bien no se han dado cuenta o han preferido mirar hacia otro lado; y, cuando en 2007 la crisis era una realidad, y otros países europeos como Alemania, Francia o Italia empezaron a reaccionar, en España perdimos dos años. Yo diría que es la peor crisis que hemos tenido en los últimos cincuenta años. Es más: estamos ante una situación sin soluciones directas, sino que tienes que ser capaz de entender todo el mundo que nos rodea y procurar tomar decisiones que aquí hemos tomado tarde y mal.

¿Qué querría que se recordara más, de la primera mujer presidenta del parlamento catalán?
Que he intentado ser una presidenta abierta a todos y que la vida parlamentaria fuera lo más cómoda posible, sabiendo que cada uno tiene su modo de pensar y ser, su política. Además, me gustaría que se notara la huella de una mujer y que, aún siendo diferentes de los hombres, esta diferencia en positivo se muestre en la toma de decisiones o en la forma de tomarlas...; o en aquello que siempre digo de que las mujeres nos preocupamos tanto del día a día que siempre vamos a tiro hecho y procuramos ir más rápido y si una reunión puede durar veinte minutos, que no dure cuarenta, porque hay que trabajar mucho y bien.

*****
RECUADRO

Núria de Gispert i Català, hoy es muy honorable. Mujer madre. Presidenta del Parlament de Catalunya desde hace ya casi un año: en diciembre pasado se constituía el noveno parlamento catalán de la democracia en España; y ella, la primera mujer en presidir ese hemiciclo. Por ello, se emocionó: oyó su nombre, se levantó y miró hacia donde estaban sus familiares: una docena, entre marido e hijos. Mujer fuerte. No dudó en usar parte de su discurso de investidura para hablar de la situación histórica de la mujer en la sociedad: “Sin contar momentos puntuales, hasta ahora no hemos escrito la historia, pero queremos escribirla en el futuro”. “En el siglo XXI tenemos una imagen más fuerte en cuanto a derechos y participación en la esfera pública, pero hay que seguir luchando asumiendo la diferencia como fuente de igualdad, rompiendo, así, el techo de cristal que no se ve, pero impide alcanzar la igualdad real”. Una diferencia que nos complementa, no nos separa. “Aportamos una visión de la vida distinta, ni mejor ni peor; formas distintas de tomar decisiones”. Mujer fuerte, pero conciliadora. De esas personas que hacen agradable la política, porque la han entendido como servicio: “la política es huir del maniqueísmo de los buenos y los malos; es hacer del diálogo premisa básica de nuestro cuaderno de bitácora; es eliminar de nuestro manual de conducta el insulto; es entender la política como un servicio”. “Sólo si avanzamos juntos fortalecemos y damos cohesión a nuestro país”. Mujer y señora de Barcelona. Un periódico la vistió de hada madrina. Y ella, que querría poder tocar con la varita y acabar con esta crisis. ¿Lo conseguirá? Su simpatía, por lo menos, la hace más llevadera. Veremos.




Y aquí la versión breve de Newsuic.

Entrevista a Núria de Gispert


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