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Historia del hombre que sabía escuchar


No conocía a Miguel Aranguren. Había oído hablar de él. Tampoco había leído nada suyo; pero sí conocía unos cuantos libros escritos por él. Y se lo dije claramente, cuando le entrevisté. Digamos que le hice una entrevista queriendo saber si sería capaz de convencerme para que me "metiera" en alguna de sus novelas: eso no se lo dije, y creo que lo consiguió: alguna de sus obras ya me están esperando en pole position de libros que tendré que leer en cuanto tenga un poco de tiempo. Entre otras cosas, me convenció lo bien que me recibió. Sobre todo después: cuando descubrí que el algo más de una hora de grabación era tan solo un completo silencio ensordecedor. ¡Ay, la tecnología sumada al despiste! No supe si reír o llorar. Pero Aranguren me comprendió: él sí se rió -por lo que entendí que yo también tenía que hacerlo; se rió, y me atendió una, dos... hasta tres veces. Y pienso que si lo volviera a "molestar", estaría otra vez al otro lado de la línea.

Bueno: pues de lo que recordé en esa conversación, y de las otras "lineales", salió esta entrevista, publicada en el último número de Newsuic.

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Miguel Aranguren (42) –escritor– es un hombre de habla pausada. Como si de cada palabra dependiera mucho. Quizá consciente de que ésas son las letras que después darán forma a su imaginación, creadora de sus personajes, aventuras e historias. Con él, no hay prisa: y no importa, tampoco. Me lo imagino en su estudio, inventando mundos que le dan el “privilegio de colarse en vidas ajenas y susurrarles” esos relatos de espías rusos, adolescentes, científicos, animales parlantes, exploradores… Cuentos y novelas. Y también esculturas, dibujos, ensayos… y algo de periodista. Un hombre polifacético que se define como un romántico que no dudó en vivir unos días en el zoo para preparar su última novela, El arca de la isla.

Soy un romántico al que le gusta ponerse retos día a día. No quiero encasillarme, ni ser un escritor de género; sino lanzarme hacia nuevas metas que, a su vez, sorprendan y me den el regalo de nuevos lectores. Porque, para mí, es un privilegio colarme en vidas ajenas y susurrarles mis historias: con el tiempo te das cuenta del efecto multiplicador que tiene la letra impresa y de cómo lo que habías escrito en la soledad de un estudio, de pronto cobra vida en cada lector. Es apasionante.

¿Qué es lo que más te gusta plasmar en palabras?
No creo que tenga preferencias. En ocasiones es más complejo trazar un paisaje midiendo los recursos estilísticos y en otras parece casi imposible resolver la conversación entre dos personajes. Sea como sea, me gusta escribir historias humanas: dejarme sorprender por la creación e intentar que el lector se identifique con lo que escribo y que sea él quien construya su escenario y sus personajes; a su modo: es la maravillosa libertad creativa del lector.

Se identifique y huya un poco…
Sí, pero que con esta “huida” –si quieres llamarla así– que se atreva, sobretodo, a aprender; de las historias que se cuentan. Experimentamos otras vidas, nos hacemos el personaje: sufrimos y amamos con él. Hay gente que no lee ni los periódicos, cuando es muy importante hacerlo; leer, escuchar, es fundamental para aprender de la experiencia de los demás: no podemos empezar de cero cada vez que queremos hacer algo. No hay otro modo de crecer todos los días un poco.

Y con tus libros, ¿la gente, crece?
No lo sé. Es lo que intento… Una vez, andando por la calle, se me acercó una señora y me preguntó si era el escritor de tal libro. “Sí, señora”, le dije. “Pues quiero agradecérselo mucho porque me ayudó a cambiar”. Entonces, yo me derrito… Intentas separarte de todo esto, para no dormirte en los laureles, pero eso te empuja a seguir haciendo lo que haces. A mí me gustaría recuperar a ese artista que a pesar de sus personales miserias lograba que el público mirara hacia arriba y se extasiara ante un equilibrio con el que podía vivir mejor; no a ese otro que se autodenomina “artista” y cree que puede sacarse toneladas de arte de la manga que, en realidad, casi nadie entiende y deja una dosis de malestar.

¿Es el malestar que puedes dejar cuando hablas de la muerte, en tu novela Desde un tren africano? No es un tema fácil…
¿Por qué no hablar de ella? De alguna manera, unos y otros nos tenemos que enseñar a vivir y a morir. La muerte es como el otro lado del espejo de la vida. Es verdad que en el caso de esa mi primera novela, la muerte se encuentra desde la primera a la última página, y pienso que sea esa, precisamente, la razón de que se siga leyendo –y vendiendo– después de veinte años. ¿Nos interesa? La miramos como algo ajeno a nosotros, y esta postura anuncia que llevamos dentro una semilla de inmortalidad; pero eso no implica que no tengamos que enfrentarnos a ella antes o después.

De El arca de la isla se desprende que también te interesan los animales y las plantas
Es el hombre, lo que me interesa siempre: si la vida es el regalo más importante que cada uno de nosotros hemos recibido, ¿qué no decir de la naturaleza en la que nos desenvolvemos? El hombre está en la cúspide de las cosas creadas, de tal forma que existe una ligazón de dependencia respecto al paisaje y sus habitantes: plantas y animales. La naturaleza, vista de este modo, se convierte en el mejor de los escenarios en los que desarrollar una novela.

Hablas de la vida y, a veces, contrapuesta a la ciencia… ¿dónde están los límites?
Son límites delgadísimos: es lo que ocurre con todo lo que es importante. Por ello, se necesita cierto cúmulo de virtudes para entender que toda vida –y, por supuesto, la vida más débil– es digna en sí misma y tiene derecho a la mayor protección. Así es como lo veo y es lo que quiero reflejar en mi novela y en lo que escribo. Por eso me apasiona tanto la vida humana.

¿Qué es lo que hace que la vida sea merecedora de vivirla?
El día de hoy, al que a lo mejor me he asomado con poco ánimo. Y el día de mañana, que no sabemos cómo será. Ser dueños de nosotros mismos, actuar, transformar las realidades en el trabajo, forjar lazos de amor a través de la familia..., son cosas demasiado apetecibles como para no querer vivirlas.

¿No has pensado, nunca, perder algo de tu libertad creadora, para venderte al mejor postor?
Siempre es tentador…; pero al final llega la frustración de haber regalado tu voz a quien no la merece. Yo soy libre cuando escribo porque no me tengo que disfrazar de nada. Quien me lee me conoce. Quien me lee mucho, me conoce muy bien. Y no lo cambio por nada.

Pero alguna vez te has dejado llevar por el “oportunismo”, con La sangre del pelícano, que venía a rebufo de El código da Vinci ¿no?
Ojo, el oportunismo yo no lo acepto. ¿Quién puede realmente confeccionar una novela de misterio espiritual?... Yo lo tengo claro: aquel escritor que, además de conocer lo externo de ese mundo espiritual, respete esa dimensión en el hombre e, incluso, la viva. Hemos dejado pasar muchos títulos sin sentido en el que autores completamente analfabetos de la Historia de la Salvación, se lanzan a darnos lecciones sobre la Iglesia, el Papa y hasta el mismísimo Jesucristo. Y, al final, quien tiene más autoridad, es quien está más cerca de Cristo: el prohombre.

¿Pero, podemos contar algo que no esté ya contado?
Está todo contado desde hace siglos. Pero desde distintos puntos de vista. Este es, para mí, el oficio más bonito del mundo. Si hay rectitud en tus intenciones, el escritor logra prestar un gran servicio a los demás. Y esto, a lo largo de los siglos. Por eso me gusta.



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