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Los «humos» de Montserrat Caballé


Cuando uno va a entrevistar a una persona conocida -muy conocida, en este caso-, tiene que ir preparado. Yo, lo iba. De hecho -ya lo cuento en la entrevista-, llevaba muchos meses esperándolo: me habían hablado mucho de Montserrat Caballé y tenía ganas de conocerla. Sinceramente: no me ha defraudado. Sencilla y discreta. Así es, y creo que se desprende de la entrevista: es lo que he intentado, porque es lo que me ha parecido. De profesión -todo el mundo lo sabe- cantante. Pero yo descubrí también su faceta de "escuchadora": no sólo oye lo que dices. Te escucha. Y, a su lado, te sientes alguien. A veces, cuando hablas con quien se mueve por altas esferas, como periodista te sientes eso: un "periodistillo". Y ya está. Con Caballé, no tuve esa sensación.

Os dejo el resultado, un poco distinto a como fue publicado en Mundo Cristiano: vosotros juzgaréis.

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Cuando Juan Pablo II viajó a Cuba, alguien comparó la personalidad de Wojtyła con la de Fidel Castro. Decía que el Papa era un hombre capaz de reírse de sí mismo, y no así el entonces presidente habanero. También Montserrat Caballé i Folch (Barcelona, 1933) es una mujer con humor exquisito y –por paradójico que pueda parecer–, con un corazón que no le cabe dentro. Grande por fuera, y más grande aún, por dentro. “Soy gorda –confiesa–, siempre lo he sido: ¡qué le vamos a hacer! Lo mismo mi madre, e igualmente muchos cantantes; pero no por eso dejaremos de cantar, ¿no? Cuando comencé –allá por los años 50–, se iba a los teatros a escuchar ópera, no a ver figuras. La belleza es la que se ve sin abrir los ojos… y la que sale con el sonido, a veces”.

Casada –su marido, aragonés, también canta–, y con dos hijos: “hubiera querido tener más, pero no pudo ser”. La pequeña, Montse –Montsita, como se le conoce–, igualmente se dedica al canto y “está llegando muy alto; ella dice que porque es ‘hija de…’, pero ha triunfado en la Scala, en Nova York… Sigue su vida, y lo hace muy bien”. Palabras de una madre buena, mujer de familia a quien sus correteos por el mundo –sola, desde que su marido no podía acompañarla por un amago de infarto– no le impedían que se dejara ver por la Ciudad Condal: “ellos querían tener una esposa y una madre, no una cantante”, y volvía siempre que podía, aunque fuera tan solo por unos días.


Con ese corazón grande nos recibió en su casa de Barcelona. –¿Sabe que llevo más de dos años detrás de esta entrevista?–, empecé… –¡No me diga! ¡Cuánto lo siento! Es todo un poco alocado: los viajes, los trayectos… De verdad, discúlpeme –No, no se preocupe. Lo entiendo perfectamente…

Dicen que es la mejor soprano del mundo
¡No diga tonterías! Eso son los que no entienden demasiado de estas cosas… ¿Sabe que ocurre? El hecho de haber nacido con voz y que te sacrifiques y dediques todos tus esfuerzos a algo, porque te gusta, y provengas de una familia humilde –como es mi caso–…; y si, además, con el pasar de los años, esta música te permite ayudar a tu familia, y no sólo a ella, sino a mucha gente como, gracias a Dios, he podido hacer: parece como que ya eres algo extraordinario, único. Nada más lejos de la realidad.

¿No le gusta que le llamen diva? Hace poco, cuando cantó en el templo de Gaudí, alguien la describió como “la sacerdotisa de la Sagrada Familia”
 ¡No, no! ¡Fuera! Son cosas que están completamente fuera de lugar. Epitafios que pone la gente y que son absurdos. Eres lo que eres, no lo que quieren que seas.

No obstante, es una persona que ha llegado hasta las altas esferas de la música
Sí, he llegado ahí, pero nunca me he movido en ellas. Me han venido a buscar, los he aceptado, me han querido, me han premiado… y estas cosas; pero mire, todo esto, al final se queda ahí, en la estantería o encima del piano. Cuando de verdad te sientes útil es cuando puedes hacer algo en nombre de Dios y para alguien que lo necesita, para quien no tiene agua o comida. Lo he podido hacer siendo embajadora de las Naciones Unidas por muchos países, o en conciertos para recoger fondos… Cuando de verdad tu trabajo es así y sirve a los demás, te das cuenta de que has venido al mundo para algo, que no estás sólo para entretener a la gente cantando. Es como tener un reflejo de luz que te hace caminar.

Perdone que insista, pero usted, al fin y al cabo, ha recibido muchos aplausos. Algunas veces durante más de media hora. Eso, a uno le hincha de gloria.
No, mire: los aplausos, son humo. Cuando interpretas, lo vives tanto que estás en una nube, como en otra dimensión, muy entregada en lo que haces. Un poco como cuando rezas. Si te aplauden, te despiertan, te vuelven a la realidad; y piensas: “¡Buf! Tendré que empezar de cero, otra vez”. Yo hago lo que puedo: es mi trabajo, lo que tengo que hacer. ¡Vaya broma si me quedara ahí, sentada, disfrutando de la medallita! El poder hacer lo que haces no es para vanagloriarse, sino para hacerlo bien… si puedes, que no siempre es posible, porque eres humano y te equivocas.

¿Qué es lo que le hace seguir siempre así, firme en sus creencias, en su trabajo… a pesar de los años?
Creo firmemente que la juventud no la da la edad, sino tu interior. Voy a cumplir 80 y mi cuerpo está cada vez peor, pero por los contratos que tengo ya firmados, me queda un tiempo. Por mi parte, sigo con muchas ganas de seguir cantando, para cumplir con la misión que una se ha propuesto: no soy más que una servidora que tiene que transmitir la inspiración que Dios ha dado a los compositores cuyas obras interpreto. En el fondo, es una fe que me transmitieron mis padres de muy pequeña, que está muy dentro de mí y siempre presente: la imagen de Dios; la imagen de Jesús, también, y la de la Virgen. Como un santuario del que dependes, pero una dependencia que te hace gozar de la vida. Dios es quien me da fuerzas y el ánimo para seguir adelante y hacer lo que hago.

Usted habla mucho de su fe y de Dios, esto no es habitual
¿Por qué no ha de serlo?

No lo sé, pero no es con lo que me encuentro normalmente, en las entrevistas que hago
Pues yo no me avergüenzo de lo que creo. Hay gente que sí lo hace pero yo no podría negar mi fe. Me gusta mucho la ciencia, pero nunca he pensado que pudiera suplir a Dios. Algunos científicos se creen sabios, y la diferencia es que Él es sabio. ¿Cómo es posible decir que la vida proviene de unas “explosiones”, sin más? ¡Esto sí me parece increíble! Yo puedo entender a quien piensa distinto a mí, a quien cree de distinta manera…; no es que los pueda entender, pero no los combato. No cojo el fusil, sino que hablamos.

¿Cuál es la respuesta que recibe?
Algunos me escuchan. Otros, no. Algunos me dice que soy una soñadora, que vivo en otro mundo. Y bien: si resulta que el mundo de la fe es otro mundo, pues sí: vivo en otro mundo. Pero no me aleja del resto. He tenido la inmensa suerte de viajar mucho y he visto ciertas cosas que me han hecho tener los pies muy en el suelo y, a la vez, que me han llevado a reflexionar en lo importante que es caminar con una verdad que es muy difícil de arrancar porque la llevas muy dentro. En el fondo, después de haber hablado con alguien, te acaban diciendo: “¿Sabes aquello que me comentaste…? Pues mira, creo que tienes algo de razón porque ciertas cosas…” Y piensas: “¡Oh, Dios mío! Aunque haya sido sólo por esto…” Te sientes más útil.

¿Es importante la fe, para interpretar?
Sí. Yo creo que la fe, cuando interpretas una composición –la que sea–, te eleva a otro nivel muy especial. Cuando voy a salir, siempre rezo para que no defraude, no para que me salga bien.

No obstante, los compositores, no siempre han sido personas de vida ejemplar…
Tiene toda la razón. La vida de cada uno pertenece a cada uno, y depende de su profesionalidad o de sus creencias que lo haga mejor o peor, de una manera u otra. De todos modos, considero que los compositores son seres verdaderamente inspirados en el momento de la escritura; porque si no, no se podría hacer lo que hacen.

¿Qué es la música, para usted?
Es la inspiración que crea una persona y que contamina al prójimo, haciendo que le guste. Es una inspiración que tiene que ver con la espiritualidad de cada uno, porque según el espíritu, la oyes o no. Por eso creo que la música es muy importante para la raza humana. No es que “amanse a las fieras”, como se dice, pero sí puede convertirlas. Es un lenguaje que une pueblos y mentes.

Y con esa mirada puesta en el mundo, ha viajado por él
Sí, y doy muchas gracias a Dios por todo lo que me ha dejado conocer y cuánto he podido ayudar en muchos países, a través de la fundaciones a las que pertenezco como Unicef, la Unesco… Me gustaría poder llevar a todos los refugiados, heridos de guerra a hospitales; llevar comida y medicamentos a Suráfrica, Asica, Oriente Medio. Cuando muera y vea al Señor cara a cara, le tendré que pedir perdón por todo lo que he hecho mal –a veces cosas de las que ni me habré dado cuenta–, por cuantas veces podría haber ayudado más. ¡Qué vida más vacía de sentido si no la vives para servir del algún modo a la obra de Dios, no le parece?

¿Cuáles son las personas que más le han impresionado, en esos viajes?
Me impresionó la mirada de Gandhi o la espiritualidad interior del Dalai Lama… Una vez estuve en la India, para recoger fondos, con las Naciones Unidas. Conocí a la Madre Teresa de Calcuta, poco antes de su muerte. Yo iba vestida normal, pero intentando no desentonar con la pobreza que hay ahí. Y me dijo, con total sencillez y con una sonrisa que me sobrecogió: “ya puede vestir bien, porque a nosotras también nos gusta”. Era así, una mujer muy agradable, muy buena que siempre hablaba con Dios. Siempre. Siempre.

También ha cantado ante Juan Pablo II y Benedicto XVI
Sí, sí. Cuando cantas para alguien tan especial –que digo yo–, que está tan tocado por la gracia de Dios, asombra ver cómo te miran y te escuchan. En realidad es igual hacerlo ante un Papa que ante mil personas, pero eres consciente de quién está ahí. En una de estas veces que canté en el Vaticano, Juan Pablo II nos recibió, a mi familia y a mí, y nos dijo que teníamos mucha suerte de estar tan juntos y tan unidos con nuestros hijos, y que nos daba la bendición para que fuera así hasta el día final.

¿Hay alguien para quien le gustaría cantar y aún no lo ha hecho?
Sí. Me gustaría mucho cantar a la Virgen de Montserrat. Le he cantado el Rosa d’Abril, en el Vaticano, pero me gustaría cantárselo en su Santuario. No sé: quizá aún no ha habido la oportunidad.

¿Qué le llevó dedicarse al bel canto?
Hay algo que creo fue lo que me convenció del todo. Un día, mi padre me dijo: “mira, si Dios te ha dado esta voz, no es para que cantes en casa, fregando platos, sino para que la uses; si tu estudias, podrás usarla y, con ello, tendrás un beneficio, no sólo para ti, sino también para los demás”. Y mi padre tenía razón. Siempre tuvo razón. Éramos muy pobres –tuvimos que dormir en la calle alguna vez–, pero nos ayudaron y pude estudiar y sostener, así, a mi familia.

¿Se ha quedado, alguna vez, sin voz?
Alguna vez; y, cuando me pasa, no canto. Nunca en medio de una representación. Lo que sí me ocurrió, en Viena, es que me dio una especie de lipotimia y me desmayé. Me tuvieron que sustituir. Fue un buen susto, para el público y, sobre todo, para mi marido. Me llevaron al hotel, después de que el doctor me hubiera visto, y no pasó de ahí.

Otro susto mayor, le llevó a estar sin cantar un tiempo, ¿no?
Sí, a mediados de los años 80, en Nueva York, me diagnosticaron un tumor cerebral. Era un viernes, cuando me lo dijeron, y me ingresaron al día siguiente. Querían operarme inmediatamente, pero mi marido y yo decidimos llamar a nuestro médico de Barcelona, y nos dijo que volviéramos. El domingo aterrizamos en el aeropuerto, y de ahí, me llevaron directamente al Clínic. Me hicieron infinidad de pruebas que confirmaron los nódulos que decían en Estados Unidos, y también eran partidarios de operar. Pero un cirujano muy bueno que me vio no pensaba que tuviera que ser tan inmediato y me mandó a hacer una analítica muy especial y unas pruebas con láser, en Zurich. Finalmente, ahí vieron que no urgía la operación, y estuve durante un año y medio con esas pruebas. Así, y unos medicamentos que me iban dando, pudimos reducir el volumen del tumor y, de repente, los tres nódulos que se veían, quedaron como una membrana enganchada en el cráneo, sin que fuera a la “zona gris”. Las pruebas se redujeron de cada tres meses a cada siete, y hoy me las hago cada año. Y de momento, ahí se ha quedado, sin molestar.

Es decir, que está estable…
Sí, es un amigo. Dicen que sí es un tumor, pero es un tumor bueno… Dios me lo ha hecho bueno.

¿No se asustó, cuando se lo diagnosticaron?
Sí, un poco. Pero tengo un marido muy sabio que me dijo: “mira, éstos nos dan dos años de vida; vámonos a casa, a ver si te dan dos más”. Intenté calmarme y no estar tan asustada. Escuchaba lo que me decían los médicos, y mi marido y yo rezábamos el rosario todas las noches, para que no fuera malo; o al menos, para que no empeorara. Y mire cómo son las cosas: de esos cuatro años, ya han pasado casi veinte… Siempre he dado muchas gracias porque, para mí, es un milagro.

¿Cómo se define Montserrat Caballé?
Como una mujer que ha nacido con un sonido que ha trabajado; como una mujer que se ha enamorado; que ha querido ser madre y ha podido tener dos hijos –no pude tener más–; y como una mujer a quien le gusta ser útil a los demás. Y, sobre todo, también, que le gusta mucho cantar.


*****

"... con vocación de enfermera"

Cuando muera, Montserrat Caballé quiere pasar desapercibida. Que no se note. “No quiero un funeral: en el tanatorio, y al cajón. Y ya está”. Ni un canto, dice; pero le insisto. “Si tienen que cantar algo, que sea ‘L’Emigrant’. Porque he estado tanto tiempo fuera de mi país, ¡tantos años!”. “¡Oh! –reza el poema de Verdaguer– ¡Si en el foso donde descansa mi dulce madre tuviera yo mi lecho! ¡Oh, marineros, el viento que me obliga a este destierro que me hace sufrir! Estoy enfermo, pero ¡ay! ¡Devolvedme a tierra, donde quiero morir!”. “Hermoso valle, cuna de mi niñez, blanco Pirineo, márgenes y ríos…”.

Así es su corazón. Grande. Grande y universal. Que ama a los suyos. Entregada a su público desde hace ya más de 50 años, a los 79, sigue poniéndose nerviosa cuando sube al escenario. Y se emociona, cuando ve que él –el público– se levanta y le aplaude durante más de media hora. No los quiere, los aplausos: le hacen tocar de pies al suelo y salir de esa ensoñación en la que ha entrado mientras interpreta alguna composición. No los entiende: “Yo sólo canto, y cumplo con mi misión de servir al compositor inspirado por Dios”. Humilde y sencilla. Si me oyera hablar así de ella, se enfadaría. No quiere protagonismo. La gran voz de María Callas la designó como su sucesora, “porque era muy buena y generosa”, dice Caballé. Y ella habla de Ainhoa Arteta, que “tiene una voz maravillosa, una musicalidad y una inspiración hacia la música magistrales”. Habla suavemente. Como con un hilillo: no usa más voz de la necesaria. Pero habla, y cuenta las cosas con alegría. Habla de aquellos con los que ha salido al escenario “y te sientes acompañada: ya no estás sola en ese hemisferio”. Y no sólo ópera. Como esa vez que cantó a los Juegos Olímpicos, con Freddy Mercury: “tocaba muy bien el piano y tenía una gran inspiración musical. Era bueno”. Versátil y generosa. Con vocación de enfermera: “lo estudié porque te obligaban a hacer el servicio militar”. A ello habría dedicado su vida si no fuera por el canto. He aquí la razón de ese querer ayudar cada vez más a los demás. Empezó con su familia. Siguió con el mundo. Al terminar la entrevista, José –quien me acompañaba para las fotos– y yo, cogimos los cascos: habíamos venido en moto. Ella se da cuenta: “—Id con cuidado, que circular en moto puede ser peligroso. —Lo tendremos”. Así es Montserrat Caballé.





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