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Entrevista a Núria de Gispert

Durante la entrevista en el despacho presidencial
Cuando entrevisté a Núria de Gispert, actual presidenta del Parlament de Catalunya, me dio la sensación de estar hablando con una persona dedicada a la política. Sí, ya sé que es política, pero lo digo en el sentido de vocacional. La política -lo que los clásicos han entendido como "política"- está para servir al pueblo (a aquel que teóricamente tiene el poder). Y, no sé por qué, me dio la sensación de que De Gispert así lo entendía y así lo vive. A veces parece que los políticos están en otro planeta. De ella, no me dio esta sensación. Es verdad: es política y seguro que se supo vender. Sí. Quizá me equivoque -el tiempo lo dirá-, pero esta fue mi impresión. Y salí contento del palacio parlamentario, la verdad.

Os dejo la entrevista original (por cuestión de espacio tuvo que ser recortada al publicarse en Mundo Cristiano), y una versión más breve, de Newsuic.

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Núria de Gispert (Barcelona, 1949) es mujer y es política. Pienso que vale la pena remarcar los dos puntos porque –me parece– son, para ella, como la explicación de toda su vida. Femenina –que no feminista– y defensora –¿o luchadora?– del papel de la mujer en la vida social: “de joven siempre protestaba y buscaba la igualdad entre sexos: yo quería estudiar una carrera universitaria, defender mis derechos… ¡en todos los ámbitos!”. Pero, quizá por una educación muy “a la antigua usanza”, le costó sudores. “Se trataba de otros momentos, otra época. Yo era la pequeña de nueve hermanos –cinco chicas y cuatro chicos–, y era lógico que mis padres lo vieran así; no lo critico y siempre lo he respetado”.

Casada y con cuatro hijos, finalmente estudió la carrera jurídica para dedicarse a lo que realmente era su “vocación”: trabajar en la administración pública. “Estuve un tiempo en la Diputación de Barcelona, hasta que el presidente de la Generalitat de entonces, Josep Tarradellas, pidió la colaboración de 300 funcionarios para crear la nueva administración del gobierno catalán. Me gustó mucho la idea ya que suponía todo un reto, para mí”.

Pasados seis años –cosas de la vida–, De Gispert acabó por afiliarse en Unió Democràtica de Catalunya: “nunca había pensado dedicarme a la política, pero me metí porque sentía como una obligación de devolver la confianza que se me había otorgado, y veía que lo podía hacer sirviendo desde el que había sido siempre mi ámbito, el del derecho”. Así, la vida le ha ido llevando por muchos caminos, hasta llegar, hoy, a ser la primera mujer en presidir el Parlament: “me emocioné, el día de mi investidura, porque veía alcanzada una meta –el de la mujer– que costó mucho tiempo y esfuerzo”. Pero la vida le ha llevado, también, por senderos muy duros, como una enfermedad de la que podría haber muerto…

Tenía, entonces 46 años. Fue un golpe muy fuerte: para mí y toda mi familia. Cuando te dicen que tienes un cáncer, en el fondo no te lo acabas de creer. Has ido conociendo a mucha gente que ha sufrido algún tipo de enfermedad así, pero lo ves como algo completamente ajeno a ti. En cambio, cuando te lo dicen… Se hace muy difícil, aún sabiendo que estaba en las manos de Dios, y de unos buenos médicos. Yo intentaba no pensar en ello y seguir haciendo lo de todos los días.

¿Siguió trabajando?
Recuerdo que a los quince días estaba de nuevo en la consejería, pero me cansaba mucho porque el tratamiento al que me sometían era muy duro. No podía realizar grandes esfuerzos: te encontrabas mal… Por eso, pedí que me lo hicieran los fines de semana y, de este modo, poder seguir con mi labor diaria durante el resto. No obstante, fueron meses difíciles.

¿Cómo lo vivió su familia?
Mi hijo más pequeño tenía entonces 16 años, y la mayor 22. Sabían qué estaba pasando, pero como veían que en pocos días estaba de nuevo haciendo vida más o menos normal, tenían un poco la sensación aquella de: “mamá lo superará, no hay problema…”. Pero los viernes por la tarde, cuando volvía del hospital, estaba muerta. Lo pasaba fatal y eso les debía de dejar tocados.

¿Temió, alguna vez, por su vida?
Quizá nunca llegué a pensar que…; la esperanza es algo que nunca pierdes, y lo ves en amigos que están en fases terminales y confían en vivir. A la distancia, hoy posiblemente lo entienda un poco más, pero en ese momento tenía la sensación de que no me podía pasar nada; “si luchas, lograrás salirte”, pensaba… Pero, fríamente me daba cuenta de que sí: como a aquél o aquél otro… ¿Por qué a él sí y a mí no? El caso es que ahora estoy aquí, y a veces digo que me siento más cansada, que me encuentro peor… y busco la excusa del cáncer. El médico me dice, medio en broma, medio en serio: “sí, mujer, un poco sí…; y la edad: ¡que veinte años también se notan!”.

Por lo que me cuenta, usted ha sido siempre una mujer muy trabajadora, ¿le ha sido fácil compatibilizarlo con la familia?
No, nada fácil; pero es que ni las jóvenes de hoy lo tienen fácil. También mal ayudadas por el contexto crítico en el que vivimos. Pero es que aquí, a pesar de tener un clima muy bueno, a veces seguimos trabajando a las ocho de la noche, y esto es incompatible con estar con la familia. Es verdad que en los últimos veinte años hemos mejorado mucho en la igualdad de sexos y, poco a poco, también los hombres son más conscientes de la responsabilidad que tienen para con su familia; pero me parece que sigue siendo más difícil para las mujeres que para los hombres.

Al final es una historia de dos…
Sí, claro. Este creo que es el gran problema: darse cuenta de que los dos tienen que ser capaces, quizá, de sacrificar algún momento de su vida para dedicarlo a los suyos. Conciliación es esto: una asignatura pendiente que no tiene que venir de fuera, sino desde dentro de la familia. En cuestiones legales de igualdad estamos al día; pero es lo que ya he dicho en otras ocasiones: el techo de cristal aún está por romperse.

¿Es cuestión de “paridad”?
No: la paridad es como una cierta imposición que, aunque ha tenido sus contrapartidas positivas –algunas mujeres muy competentes han logrado tener puestos de responsabilidad porque se han visto como “obligadas” a ello, y de otro modo no habrían alcanzado–, no me parece la solución. La mujer siempre se ha planteado si sería buena o no, si podría compatibilizar la vida laboral, política y familiar; y el hombre empieza a planteárselo: hace veinte años no pasaba. Esta mentalidad es la que hay que cambiar.

Todo esto es un discurso muy feminista; también el día de su investidura, dedicó gran parte de lo que dijo a la mujer. ¿Es, usted, feminista?
Desde que tengo uso de razón he sido una gran defensora de la igualdad. De pequeña viví mucho la diferencia entre chico y chica: en educación, en las obligaciones en casa… y siempre protestaba: quería defender mis derechos, en todos los ámbitos. Ahora bien: nunca me planteé ser de una organización feminista. Tuve posibilidades de entrar en alguna, pero me daba la impresión de que acotaba demasiado, que era un poco cerrado: ciertos planteamientos feministas no iban conmigo. Defiendo la igualdad, pero en el sentido de que los dos sexos suman, no son contradictorios. Somos diferentes, y la diferencia nos enriquece. Nos complementamos. Por eso quise dedicar una parte de mi discurso a las mujeres que habían luchado por nuestros derechos y habían conseguido lo que hoy tenemos, que es muy importante.

¿Se lo pensó mucho, al preparar su discurso?
Era la ocasión que tenía, aprovechando esa atalaya. Pedí consejo a mis colaboradores. “¿De qué querrías que se hablara al día siguiente?”, me dijo uno. “De que la nueva presidenta del Parlament ha defendido el derecho de las mujeres porque muchas lo están esperando”. Y así fue y creo que no me equivoqué. Dudé porque no quería que se me viera demasiado feminista o “de género”, porque no soy así; pero al final, lo hice. Sólo el año que no tengamos que celebrar el día de la mujer trabajadora habremos conseguido normalizar este aspecto. Hasta ese momento, está claro que tendré que participar en algún acto o escribir algún artículo sobre la mujer… pero siempre teniendo presente este aspecto.

En su discurso, hizo referencia a dos autores cristianos, Maritain y Cardó: no es normal, por los tiempos que corren: ¿hemos olvidado nuestras raíces?
Yo me crié en una familia cristiana: nunca me he escondido de serlo. Pero es que, además, Unió ha bebido mucho del pensamiento de estos dos autores. Sea como sea, ¿cómo es posible que se discuta si Europa tiene o no raíces cristianas? ¿Es que vamos a negar nuestra historia?

A veces parece que sea un tema tabú
Sí. Mira, en una misma legislatura sucedieron dos hechos muy significativos. Cuando murió Juan Pablo II, se pidió un minuto de silencio y en la junta de portavoces se dijo que sí. En el momento de hacerlo, ostensiblemente, un grupo y medio de la cámara se levantó y se fue. Pero, ¡hombre! Aunque sea en señal de respeto: ¡que representa millones de personas, muchas de las cuales te han votado! En cambio, cuando vino el Dalai Lama, todos se daban de bofetadas para saludarle… Esto no tiene ningún sentido.

¿Cuál cree que tiene que ser el papel de los cristianos en política?
De entrada, pienso que es muy importante separar claramente política e Iglesia. Esto no significa que tengas que sustraerte de todo aquello que es tuyo, lo que has vivido o lo que crees. Como presidenta de un parlamento, mi papel tiene que ser muy neutro –en el sentido positivo–, teniendo en cuenta que soy presidenta de todos y represento, por tanto, a 135 diputados. Ahora bien, mis discursos, la elección de dónde voy o dejo de ir, etc., está muy ligado a mi modo de ser y, como soy cristiana –hay muchos cristianos en política– siempre estará presente lo que pienso de la persona, de la comunidad… Es un poco la manera de defender lo que crees y lo que eres, ¿no?

Quizá sea la falta de coherencia de los políticos lo que haya llevado a unos altos niveles de desafección para con ellos, ¿no le parece?
Bueno…; por un lado, pienso que es lo que ocurre con todas las democracias: cuando se ve como algo natural, empieza el desinterés ciudadano. Recuerdo, en los años 70, viajar a Alemania y quedar como hipnotizada viendo los mítines que ahí se hacían, la publicidad… Era algo que estábamos esperando, pero nos sorprendía el alto abstencionismo que había. “Esto no nos pasará”, nos decíamos. “En cuanto tengamos la oportunidad, seguro que no seremos así”… Pero, ya ves: nos hemos acomodado.

¿Estamos ante una crisis de valores?
Yo creo que sí. Valores que siempre habíamos tenido como necesarios para nuestro desarrollo, sencillamente los eliminamos y, cuando uno se da cuenta, ya es tarde: ¿hay que llegar al final del túnel para ver que necesitamos la cultura del esfuerzo, el valor de la autoestima, el de la iniciativa, el compromiso personal y colectivo…? En todo esto, la familia –que durante muchos años ha quedado abandonada– tiene un papel absolutamente necesario. Es la principal educadora, sin formar compartimentos estancos con la escuela: no sólo en aspectos materiales, sino completamente, como personas; educación integral desde el humanismo, con la inspiración que se quiera, pero total. Entonces, cuando pasas cinco, ocho, diez años, obviando todo esto, pasa lo que está pasando con los informes Pisa o con los que quieras.

¿Cree que es una situación tan grave como se plantea?
Sí; y pienso que lo de los valores es la raíz de esta situación. Hemos vivido en un estado de bienestar más allá de nuestras posibilidades reales y, con el tiempo, ha hecho mella. El problema es que a veces da la sensación de que los que han estado más arriba, o bien no se han dado cuenta o han preferido mirar hacia otro lado; y, cuando en 2007 la crisis era una realidad, y otros países europeos como Alemania, Francia o Italia empezaron a reaccionar, en España perdimos dos años. Yo diría que es la peor crisis que hemos tenido en los últimos cincuenta años. Es más: estamos ante una situación sin soluciones directas, sino que tienes que ser capaz de entender todo el mundo que nos rodea y procurar tomar decisiones que aquí hemos tomado tarde y mal.

¿Qué querría que se recordara más, de la primera mujer presidenta del parlamento catalán?
Que he intentado ser una presidenta abierta a todos y que la vida parlamentaria fuera lo más cómoda posible, sabiendo que cada uno tiene su modo de pensar y ser, su política. Además, me gustaría que se notara la huella de una mujer y que, aún siendo diferentes de los hombres, esta diferencia en positivo se muestre en la toma de decisiones o en la forma de tomarlas...; o en aquello que siempre digo de que las mujeres nos preocupamos tanto del día a día que siempre vamos a tiro hecho y procuramos ir más rápido y si una reunión puede durar veinte minutos, que no dure cuarenta, porque hay que trabajar mucho y bien.

*****
RECUADRO

Núria de Gispert i Català, hoy es muy honorable. Mujer madre. Presidenta del Parlament de Catalunya desde hace ya casi un año: en diciembre pasado se constituía el noveno parlamento catalán de la democracia en España; y ella, la primera mujer en presidir ese hemiciclo. Por ello, se emocionó: oyó su nombre, se levantó y miró hacia donde estaban sus familiares: una docena, entre marido e hijos. Mujer fuerte. No dudó en usar parte de su discurso de investidura para hablar de la situación histórica de la mujer en la sociedad: “Sin contar momentos puntuales, hasta ahora no hemos escrito la historia, pero queremos escribirla en el futuro”. “En el siglo XXI tenemos una imagen más fuerte en cuanto a derechos y participación en la esfera pública, pero hay que seguir luchando asumiendo la diferencia como fuente de igualdad, rompiendo, así, el techo de cristal que no se ve, pero impide alcanzar la igualdad real”. Una diferencia que nos complementa, no nos separa. “Aportamos una visión de la vida distinta, ni mejor ni peor; formas distintas de tomar decisiones”. Mujer fuerte, pero conciliadora. De esas personas que hacen agradable la política, porque la han entendido como servicio: “la política es huir del maniqueísmo de los buenos y los malos; es hacer del diálogo premisa básica de nuestro cuaderno de bitácora; es eliminar de nuestro manual de conducta el insulto; es entender la política como un servicio”. “Sólo si avanzamos juntos fortalecemos y damos cohesión a nuestro país”. Mujer y señora de Barcelona. Un periódico la vistió de hada madrina. Y ella, que querría poder tocar con la varita y acabar con esta crisis. ¿Lo conseguirá? Su simpatía, por lo menos, la hace más llevadera. Veremos.




Y aquí la versión breve de Newsuic.

Entrevista a Núria de Gispert


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«Bicicleta, cuchara, manzana...»: la vida en tres palabras

Yo también viví el Alzheimer bastante de cerca: tuve un abuelo que falleció por esta enfermedad. Y lo viví. Tenía, entonces, pocos años, pero me daba perfecta cuenta de la gravedad de este problema cerebral. El año 2011 que acabamos de dejar ha sido el año del Alzheimer: algo aún muy misterioso y difícil de entender y algunos personajes conocidos han impulsado fuertemente la investigación en ella: el ex-president de la Generalitat de Catalunya, Pasqual Maragall u otro presidente, de fuerza mayor: Ronald Reagan.

Por ello, para conmemorar este año especial, quise entrevistar a uno de los investigadores sobre esta enfermedad de la UIC. Alejandro Gella, muy cortésmente, me recibió en su laboratorio; y ahí, hablamos un buen rato. También del documental Bicicleta, cuchara, manzana (2010), sobre esta enfermedad en Maragall.

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“Bicicleta, cuchara, manzana”…: tres palabras. Tan sólo tres palabras que pueden marcar una vida. Son muy sencillas, pero no todo el mundo las puede recordar. Hoy, son muy famosas gracias al documental sobre Pascual Maragall, que así empieza: “¿me las puedes repetir?” “No; no me acuerdo”… Son los síntomas del Alzheimer. Una enfermedad sobre la que tuve la oportunidad de hablar con el Dr. Alejandro Gella, investigador de la Facultad de Medicina y Ciencias de Salud de la UIC 

El paciente empieza a no recordar cosas que le acaban de suceder, mientras tiene buena memoria para las cosas más antiguas. Lo de las tres palabras es una prueba muy usada; cualquiera: libro, manzana, casa…

Pero, ¿qué es lo que pasa? ¿Por qué dejan de recordar?
Es difícil de explicar en pocas palabras. Hay una proteína en el cerebro que se procesa mal y se va acumulando con el paso del tiempo y al ser tóxica va matando las neuronas. Uno ve una manzana y, entonces, nuestro cerebro conecta unas neuronas con otras hasta llegar al concepto de “manzana”. Es como un entramado de redes de informática: las neuronas van donde la “memoria RAM” ha dejado la “manzana”. Y esa proteína –β-amiloide, se llama–, elimina progresivamente esas “redes”; y es muy rápida: en 5 ó 10 años, desde que se diagnostica, puede provocar la muerte

¿Por los efectos secundarios, o propiamente por el Alzheimer?
Esta proteína va atrofiando el cerebro, lo va contrayendo; hasta el punto que una persona que ha tenido esta enfermedad tiene un volumen cerebral mucho más pequeño que el de una persona sana. Esta atrofia se produce especialmente en dos zonas del cerebro que conocemos como hipocampo y corteza, implicadas en procesos cognitivos y en la memoria.

¿Podemos compararlo con el SIDA, en cuanto a número de personas afectadas?
La enfermedad de Alzheimer es peor: es la número 1. Actualmente, en Europa hay 10 millones de afectados y, si seguimos así, se calculan unos 18 dentro de cuarenta años. La cifra a nivel mundial se va doblando cada diez años… En España hay unos 600 mil pacientes diagnosticados con Alzheimer.

Y no podemos hacer nada
No, de momento: hoy no hay nada para curar a un enfermo de Alzheimer. Hasta ahora, los fármacos sólo son capaces de retrasar un poco el deterioro cognitivo, y nada más…

De todas formas, ¿se podría llegar a detener o a retrasar?
Yo creo que sí seremos capaces de curarla en el futuro: detectándola a tiempo y sabiendo dónde actuar, qué agentes atacar o reparar. Al menos pienso que podremos llegar a detenerlo hasta el punto de que la vejez sea tal que no tenga el impacto socioeconómico actual. El problema es que seguimos sin encontrar indicadores que nos digan que esa persona va a desarrollarla con el tiempo. Cuando se descubre ya es demasiado tarde. Pero en eso estamos.

En algunos medios hablan de algunas “vacunas”, y que para el 2018…
¡Ojalá sea cierto! Por ahora, creo que son “disparos al aire”. Las investigaciones llevan mucho tiempo: más de 10 años puede durar un proceso desde que se descubre algo, se sintetiza, se hacen pruebas in vitro, después en animales… Si alguien descubriera un fármaco hoy, hasta el 2025 no podría emplearse en humanos.

Pero supongo que cada vez serán más los que la investigan, ¿no?
Sí. Poco a poco somos más conscientes de la gravedad y se va inyectando más dinero, tanto público como privado. Pero aún sigue siendo la patología que más costes origina, y en la que menos se invierte.

Y cuanto mayor es la esperanza de vida…
Efectivamente, mayor es la probabilidad de padecerlo. No es lo mismo que la demencia senil pero, en el fondo, a la larga todos tenemos muchas posibilidades de padecer Alzheimer…; aunque puedes morir mayor sin tenerlo, lógicamente. En una persona con Alzheimer, digamos que el proceso degenerativo natural de la vejez, se acelera.

¿Cuál es tu experiencia personal, en este mundo?
A mis abuelos les conocí con esta enfermedad… Fue muy duro convivir con ella. Perder los recuerdos, vivencias, olvidarte de tus hijos, nietos…; pero procuro separar las emociones, lo personal, con la investigación, que es muy fría, muy impersonal… De todos modos, uno tiene ganas de encontrar algo que cure; algo que les ayude. Sería una gran satisfacción poder ir y decirle: “mira, este fármaco va a curarte…”

Al final, sólo nos queda ese trato más íntimo
Sí. Lowenthal y Haven desarrollaron la llamada “teoría del confidente” que me gusta mucho. El confidente alivia al anciano del temor de enfrentarse a lo desconocido y le da su mano. Es una mano firme, dulce… El ser positivo, el estar bien acompañado y tener una calidad de vida, la familia, la dieta mediterránea…: son factores “ambientales” que influyen mucho en retrasar la aparición de la enfermedad. Hay una frase mítica de Maragall que es muy significativa en este sentido: “en ningún sitio está escrito –decía el president– que esta enfermedad sea invencible”. Por eso creó la fundación en la que está metido ahora; y por eso, también, yo soy muy positivo ante lo que podemos llegar a hacer.
Entrevista a Alejandro Gella, sobre Alzheimer


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